El teatro romano de Málaga es la más importante de las huellas de aquella civilización en la ciudad. Fue descubierto fortuitamente a mediados del siglo XX, en el año 1951, en unas obras de rehabilitación de la llamada Casa de la Cultura que fue construida entre los años 1940 y 1942. Hasta ese entonces permaneció oculto por aquel y otros edificios. En esas primeras excavaciones llevadas a cabo en 1951 se hallaron una serie de construcciones antiguas que fueron relacionadas con una de las puertas de la antigua muralla que protegía la ciudad. A pesar de esos primeros indicios arqueológicos, las autoridades lo obviaron y decidieron seguir con las reformas de la llamada Casa de la Cultura, lo que hizo que los malagueños de la época se indignaran y rebautizaran al edificio como Casa de la Incultura.
Tras años de polémicas y controversia y de una sucesión de diferentes sondeos, finalmente, en los años noventa aquel edificio fue demolido para poder excavarse todo el solar y ponerse en valor el yacimiento arqueológico. Tras analizarse los hallazgos se constató que se trataba de un teatro romano construido en el siglo I d.C., en tiempos de Augusto, estando en funcionamiento hasta el siglo III d.C. Salieron a la luz el proescenium o escenario, restos de la orchestra, el lugar reservado a los senadores, la cávea o graderío y las entradas a las gradas o vomitorium. A partir de ahí se comenzó a recabar más información que permitió a los historiadores tejer un hilo argumental cronológico sobre el edificio.
Anterior al teatro, en este lugar se levantaban unas termas de época republicana, de las cuales se conservan parte de un suelo del tipo opus spicatum o espina de pez. El teatro se construiría en parte sobre las estructuras de aquellos baños, los cuales fueron trasladados a un sitio cercano. Cuando el teatro fue abandonado definitivamente en un momento indeterminado del siglo III, fue expoliado y el solar fue utilizado para la industria de salazones. A partir del siglo V la zona vuelve a cambiar de actividad, pasando a albergar una necrópolis. El teatro permaneció oculto durante siglos bajo las calles y casas que había en la ladera de la alcazaba, hasta que, como hemos señalado anteriormente, se comenzaron las obras de ajardinamiento frente a la entrada principal de la Casa de la Cultura en 1951, apareciendo los primeros vestigios arqueológicos.
La visita al monumento se inicia en el centro de interpretación que está situado en parte del espacio que en su momento ocupaba la Casa de la Cultura. Fue diseñado por Antonio Tejador en 2010 como un prisma cuadrangular, en cuya fachada exterior se reproduce textos de la “Lex Flavia Malacitana” (cinco tablas con los estatutos de ley civil de la ciudad), cuyo capítulo LXII prohibía demoler edificios sin el permiso de las autoridades. Su interior expone algunas de las piezas originales encontradas durante la excavación. El recorrido museográfico está compuesto por diversos conceptos que giran en torno a los diferentes elementos de este tipo de monumentos. Tras ver un corto video explicando qué es un teatro romano, llegamos a una sala en cuyo centro se sitúan dos mesas con pantallas interactivas, una de ellas dedicado al universo del teatro en Roma y la otra a la historia de la ciudad de Málaga.
En un lateral se exhiben restos arquitectónicos, escultóricos y epigráficos que provienen de las excavaciones llevadas a cabo en este teatro. Igualmente, en unas vitrinas también se pueden ver mascaras teatrales de gran calidad, así como un enterramiento de tejas de doble vertiente que se encontraba en el posterior uso que se le dio al solar del teatro, cuando fue ocupada por una necrópolis a partir del siglo V d.C. (de hecho, se conservan in situ algunas tumbas situadas en un nivel más elevado que el teatro).
Tras este breve recorrido por el centro de interpretación, accedemos ya directamente al teatro romano mediante una rampa. Observamos que se trata de uno de dimensiones medianas que ha conservado gran parte de su “cavea” o graderío. Desde el punto de vista constructivo, es una obra mixta ya que se aprovechó en su lado sur y oeste la pendiente natural de la ladera del cerro para apoyar la cávea (las gradas), mientras que en su lado norte, que estaba desprovista de roca, se construyeron unos cimientos artificiales para sostener la continuidad de las gradas de la cávea. De esta manera, el resultado fue un graderío de 31 metros de radio por 16 de alto, en el que se repartían trece gradas y que debió estar rematado por un pórtico (“porticus in summa cavea”).
El público accedía a sus asientos a través de tres vomitorium que dividían la cavea en sentido radial en cuatro partes, llamadas “cunei”, mientras que horizontalmente estaba dividido por pasillos que subdividía las gradas en tres partes: la “summa cavea” o gradas superiores, la “media cavea” para la zona intermedia y la “imma cavea” zona inferior de la gradería. El motivo de esta separación no sólo era por criterios de movilidad, sino también y, sobre todo, para separar a los espectadores según su rango social, como eran su clase, edad o sexo.
Tras la zona inferior de la cavea se extiende la “orchestra” que está compuesta por un semicírculo de unos quince metros de diámetros, en el que todavía se conservan algunas grandes losas de mármol de su enlosado original. En el centro del “balteus” (muro o murete) que separa la “orchestra” de la “imma cavea”, se encontró una “sella” o asiento sin respaldo, actualmente sólo queda la base, que tenía la particularidad de contar con representaciones de delfines esculpidos en mármol en sus brazos. Aquel asiento estaba destinado a ser ocupado por la máxima autoridad municipal. Frente a la “orchestra”, antes de empezar la “scaena” se sitúa el proscenio que está formando por una exedra central y dos laterales de menor tamaño.
A ambos lados, izquierda y derecha de la “orchestra”, se sitúan dos pasajes (“Aditus Maximus”), a través de los cuales se accedía a aquella y que fueron construidos con magníficos sillares y cubiertos con bóveda de medio punto que han llegado a nuestros días en un estado de conservación excelente.
El proscenio, mediante unos escalones originales, da acceso a la “scaena” o escenario, el cual cuenta en la actualidad con la reproducción de un pavimento consistente en un entarimado de madera sostenida por sillares, similar al que tendría originalmente cuando el teatro realizaba sus funciones. Aquí se desarrollaban funciones teatrales, especialmente mimo, y otras obras que tenían una finalidad religiosa o política. Detrás se levantaba el edificio escénico o “frons-scenae” que contaba con 15 metros de altura y que estaba compuesto por una fachada monumental con un doble o triple cuerpo de columnas y tres exedras semicirculares, con sus respectivas valvas o puertas, y que, a tenor de los restos encontrados, como capiteles, basas, estuco pintado, etc., estaba ricamente decorada. Parece que este edificio no contaba tras el escenario con el “postscaenium” que solía ser habitual en este tipo de teatros.
Ya hemos señalado que la actividad en este edificio finalizó en el siglo III, fecha muy temprana si tenemos en cuenta que otros teatros de la antigua Hispania romana seguían en funcionamiento durante mucho más tiempo. El motivo de este parón hay que buscarlo en, probablemente, la caída de inversión para la realización de estos espectáculos por parte de la clase rica, ligado a la crisis económica de aquel siglo. Sin embargo, en el cuarto milenio tuvo lugar el desarrollo industrial y comercial, en especial de salazones de pescado, garum y aceite, que hizo que se aprovechasen las instalaciones del teatro para poner en marcha aquellas factorías. Testigo de ello son las piletas de salazones que podemos ver bajo la pirámide de cristal de la calle Acazabilla. Con el final de la actividad industrial en el siglo V, el lugar se convirtió en una necrópolis.
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