MÁLAGA

PRIMERA PLANTA: BELLAS ARTES


La primera planta del Museo de Málaga alberga la colección de Bellas Artes, la cual se fue formado a lo largo del tiempo esencialmente a partir de tres grandes “proveedores”: los objetos procedentes de los depósitos de la Academia de Bellas Artes de San Telmo; los depósitos de los Museos del Prado y el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía; y las donaciones particulares de artistas y coleccionistas privados.

Así, nada más entrar en esta sección empezamos el recorrido en la subsección “Arte Sacro XVI – XVII”, en la que en primer lugar encontramos piezas de tradición mudéjar, como parte de una techumbre de madera y ménsulas del siglo XVI procedentes del convento de la Merced. A continuación, se exponen pinturas y esculturas de la escuela barroca española con artistas como Ribera, Murillo, Luis de Morales, Pedro de Mena, etc. Entre las obras destacamos la titulada “Santo Domingo de Guzmán” de autor anónimo adscrito a la escuela granadina, y otro óleo sobre lienzo de una Inmaculada Concepción, realizado por un anónimo malagueño. Ambas obras están datadas en el siglo XVII.

A continuación, vemos otras dos obras importantes: un “Ecce Homo” y una “Dolorosa”, realizados por el pintor manierista Luis de Morales “El Divino” en algún momento entre 1550 y 1575. Morales estuvo muy influenciado tanto por la pintura italiana como flamenca. Desarrolló su trabajo en Extremadura y Portugal, donde consiguió una gran fama que se extendería por toda España. Los cuadros que vemos aquí proceden del oratorio de puertas de la Capilla del Palacio del Pardo. Las pinturas presentan un esquema compositivo sencillo, en el que se aprecia la influencia de la pintura italiana (tanto en el gusto por los contornos difuminados, como por el alargamiento de las figuras propio de los manieristas). Igualmente respira aires flamencos, muy presente en la pintura española del siglo XVI, en cuanto al detallismo, minuciosidad de la pincelada, en el dramatismo y expresividad del rostro.

Más adelante vemos otras dos obras muy interesantes: el “Martirio de san Bartolomé” atribuida a José de Ribera del año 1641 y “San Francisco de Paula”, procedente del convento de san Francisco en Sevilla, realizada alrededor del 1665 por Murillo, uno de los pintores españoles con mayor proyección internacional entre los siglos XVII y XIX. Este último lienzo fue adquirido por Felipe V y su esposa Isabel de Farnesio, durante su viaje de bodas por Andalucía en 1729. Delante podemos ver una curiosa copa de una pila bautismal de cerámica verde vidriada. Igualmente, en una vitrina vemos más ejemplos de orfebrería procedentes de talleres malagueños del siglo XVIII, destacando una elaborada pieza de plata de Bernardo Amores.

La escultura religiosa policromada estuvo desde el siglo XVI muy ligada a la escuela Sevilla, para después estarlo con la granadina. El desarrollo de una escuela malagueña propia se desarrolló cuando el escultor granadino Pedro de Mena se trasladó a la ciudad en el año 1668, formando a algunos de sus discípulos que dieron continuidad a su estilo. Su realismo y calidad técnica fue tan fuerte que se mantuvo en el tiempo, influenciando a artistas lejanos en el tiempo como el escultor Fernando Ortiz y Comarcada, de quien vemos una escultura de madera policromada realizada alrededor del 1750. De Pedro de Mena podemos ver, al fondo de la sala, dos interesantes esculturas: una Dolorosa y un Ecce Homo, ambas realizadas hacia el 1676-1680 y, al parecer, procedentes del oratorio privado de la finca malagueña El Retiro del obispo fray Alonso de Santo Tomás.

Enfrentada a las anteriores, y ya de lleno metidos en el siglo XVIII, vemos una “Cabeza de san Juan de Dios” que durante mucho tiempo fue atribuida a Mena, pero lo cierto es que fue realizada por Fernando Ortiz hacia el 1755-1765, gracias a los contratos existentes de cuatro esculturas para la iglesia de Santiago de la ciudad. Se trata pues, de otro ejemplo de la continuidad plástica del granadino por este malagueño y único fragmento conservado de aquellas piezas que fueron destruidas durante la exaltación social de 1931, ya que la cabeza, tallada independientemente y ajustada al cuerpo después, formaba parte de una escultura de talla completa. La estatua representaba el Tránsito de San Juan de Dios que se produjo en el año 1550 en la Casa de la familia Pisa de Granada, donde pasó sus últimas horas. En concreto es el momento en el que se levanta de su lecho, se pone el hábito y abraza la cruz, entrando en éxtasis y cayendo de rodillas, muriendo y quedando su cuerpo en esa postura.

Llegamos ya a la subsección Escenas Marítimas, una de las señas de identidad de la pintura malagueña. En el siglo XIX se produce la independencia del paisaje como tema pictórico en todas sus variantes, su consolidación en Málaga, tierra con un extenso perfil costero, hizo que los maestros paisajistas se especializaran en este género, especialmente en la “marina”, representación del mar con sus cambios de luz y el movimiento de sus aguas, lo que hizo que algunos de ellos llegaron a alcanzar reputación nacional. Tal fue la fama del género que en 1882 la Escuela de Bellas Artes de la ciudad creó la cátedra de Marina y Paisaje.

Aquella cátedra fue creada por Emilio Ocón, de quien aquí se expone el óleo sobre lienzo titulado “Naufragio/La última ola” de 1893. Se trata de una de las obras compositivas mas populares de este malagueño, gracias al dramatismo romántico de la escena en la que vemos el naufragio de una goleta en una terrible tormenta, en la que algunos de sus ocupantes intentan desesperadamente llegar a tierra a bordo de un bote de salvamento. La pintura fue adquirida por el Museo Nacional de Arte Moderno directamente de la viuda de Ocón, tras la exposición póstuma que se celebró en 1904, tras lo cual se depositó en Málaga en 1971.

Pero esta pequeña sala está presidida por la pintura “Destrucción de la Armada Invencible” de 1892 realizada por José Gartner de la Peña, otro de los artistas malagueños destacables en el género de las marinas. El pintor ganó con esta obra de grandes dimensiones la medalla de oro de la Exposición Nacional del año 1892. Aquí representó un naufragio, cuyo protagonista es un barco a la deriva destrozado por el fuerte temporal marítimo y sujeto a la voluntad de los elementos. Por tanto, retoma los planteamientos de la marina romántica para pintar la destrucción de la escuadra que mandó Felipe II contra las costas inglesas y destruida finalmente por un terrible temporal.

Le sigue la sala dedicada al Paisajismo, en la que se expone obras de corte naturalista de finales del siglo XIX, momento en que este género vivía una amplia aceptación social y éxito comercial. Aquí podemos ver obras como “La coracha de Málaga” de 1876 de Germán Álvarez Algeciras, “Tristeza invernal/paisaje gris” de 1917 de Mariano Barbasán, etc. El otro extremo de la sala está dedicada a las Vistas venecianas que también tuvieron cabida en las obras pictóricas de la vida cultural malagueña, sobre todo gracias a los pintores españoles que, al amparo de la Academia de san Lucas de Roma, pudieron pasar largas estancias veraniegas en Venecia. En Málaga es Antonio Reyna Manescau el pintor más representativo de este subgénero, de hecho, en aquel momento se estableció definitivamente en Roma.

A continuación llegamos a la sala dedicada a Bernardo Ferrándiz, uno de los pintores valencianos más importantes de su época junto a Sorolla o Degrain, y amigo de Mariano Fortuny, de quien siguió la línea de su preciosismo pictórico. Desde la creación de la Escuela de Bellas Artes en Málaga fue dirigida por modestos maestros, hasta que en 1867 Bernardo Ferrándiz se instaló en la ciudad.

Así, gracias a su amplia formación y trayectoria profesional, especialmente en el mercado parisino, convulsionó la vida artística local, empezando por reformar los estudios de aquella escuela, basándose en una formación mas profesionalizada. De esta manera el círculo malagueño consolidó su prestigio hasta bien entrado el siglo XX, especialmente en el retrato y la pintura de género, recreados con gran realismo. Entre otras obras de este artista vemos “Retrato de José Díaz Martin” de 1882, “Estudio de la anatomía masculina” de 1862 o “El ministro de ultramar, Eduardo Palanca” de 1880.

Llegamos ya a la sala dedicada al “Fin de siglo XIX”, en el que se exponen obras academicistas de diferentes autores, en un momento en que confluían los estilos que desembocaron hacia el uso del trazo correcto, la importancia del color y las composiciones equilibradas. Además, los pintores se movían con mayor libertad en otros géneros como el costumbrista, con resultados muy variados, desde las obras académicas hasta las pinceladas sueltas y colores luminosos de los pintores levantinos. Un buen ejemplo de ello es la obra “La comunión de las monjas” pintado en 1891 por Enrique Mélida Alinari, o el cuadro “Después de la corrida” realizada alrededor del 1870-1900 por el malagueño José Denis Belgrado, uno de los “fortunystas” más sobresalientes, puesto que supo asimilar la esencia de Fortuny a su forma de pintar, llevando el costumbrismo romántico hacia el realismo burgués amable y ecléctico, desechando la representación de la realidad pura.

El retrato fue uno de los géneros predilectos de la clase burguesa que buscaba una imagen en consonancia con su posición social y económica. En esta sección vemos pinturas de, entre otros, José Denis Belgrado y Federico de Madrazo, gran maestro de la segunda mitad del siglo. Tanto el realismo de este último como el retrato romántico de Antonio María Esquivel mantuvieron la idealización de los modelos, aunque evolucionando hacia un estilo con propuestas más innovadoras. De Federico de Madrazo aquí destacan las obras “Retrato de Carmen Salaverría y Sainz, viuda de López Dóriga” y “Retrato de Antonio Cánovas del Castillo”. Esa última es un retrato inacabado de este político malagueño que ocupó varias carteras ministeriales hasta convertirse en presidente del Consejo de ministros del Gobierno Español. Él fue quien lideró la restauración de la monarquía en la figura de su hijo Alfonso XII, tras la expulsión de Isabel II. Este es uno de los retratos oficiales de Cánovas del Castillo, representado como estadista, antes de ser asesinado a manos de un anarquista.

Seguimos el recorrido, en esta ocasión en la subsección dedicada a Antonio Muñoz Degrain (1840 - 1924), pintor que formó parte de la escuela impresionista valenciana. En dos salas se exhiben algunas de sus obras, como “'Los de Igueriben mueren…” de 1924, “Noche clara en la caleta” de 1914, “Panorama de Aragón” de 1912, “Ecos de Roncesvalles” de 1890, etc.…

Pero aquí también hay cabida para obras de los amigos y discípulos de Degrain, entre ellos destaca, los óleos sobre lienzo titulados “La vuelta de la pesca” de Enrique Martínez-Cubells del año 1911 y “Cabeza de estudio/Antonia Chércoles Atance, esposa del pintor” del malagueño Fernando Labrada Martín del año 1922. Éste último fue el discípulo favorito de Muñoz Degrain, no en vano fue uno de los pintores españoles con más reputación en su tiempo, por su labor docente y gráfica. Esta obra de pequeño formato obtuvo una medalla de Primera Clase de la Exposición Nacional de 1922. Aquí el pintor retrató a su esposa siguiendo los formatos y técnicas renacentista, y lo hizo recuperando el fino pincel de los maestros antiguos.

Justo en frente, cerrando esta subsección, se recrea un estudio del pintor decimonónico con elementos originales (algunos de los cuales fueron donados a este museo por Muñoz Degrain en 1916 y Nogales Sevilla en 1935). Los estudios de estos pintores llegaron a ser auténticos almacenes de diferentes objetos, algunos históricos, arqueológicos y artísticos, puesto que se buscaba una recreación con grandes dosis de verdad en las obras, por lo que era necesario ambientar la escena. Con el paso del tiempo estos pintores llegaron a acumular gran cantidad de objetos de referencia ambiental que crearon grandes colecciones que posteriormente donaron a instituciones culturales.

Y así llegamos hasta la sección dedicada al pintor malagueño, especializado en retrato y temas históricos, José Moreno Carbonero. Este artista, de familia humilde, fue el alumno con mayores dotes artísticas entre los formados bajo las enseñanzas de Ferrándiz, logrando ser el pintor mas apreciado por las clases altas españolas. Y todo ello pudo ser realidad gracias a sus dotes para el dibujo, su facilidad compositiva y poseer una gran técnica. Su éxito se afianzó en Madrid donde ocupó desde 1898 la cátedra de Dibujo del Natural de la Escuela Superior de Escultura, Pintura y Grabado. Sus pinturas de historia son actualmente obras emblemáticas del género, aunque estuvo menos acertado como paisajista.

Un ejemplo perfecto de lo comentado anteriormente es la pintura titulada “Gladiadores/La meta sudante” de 1882, en la que el artista representa a un gladiador victorioso aseándose mientras mantiene una conversación con un compañero. La obra, a caballo entre el estudio anatómico y la pintura histórica, encaja con el prototipo de pintura académica (elección de un tema clásico, composición medida, dibujo preciso y color equilibrado). Otras de sus obras interesantes expuestas aquí son: “El escrutinio” de 1925, “Retrato de su hijo Pepito” de 1902, etc.

Le sigue la subsección dedicada a la pintura académica, periodo que, como ya hemos visto, se caracterizó por la corrección de las formas, dictadas desde las academias y premiadas en las exposiciones nacionales, cuya órbita giraba en torno a una pintura realista, que utilizaban también la misma pulcritud para todos los géneros pictóricos. La excesiva rigidez de estos planteamientos provocará en algunos artistas el deseo de mayor libertad de ejecución en sus obras. Aquí destaca, entre otros, la obra “La vuelta del baile” (1895) de José Antonio Benlliure y “Una esclava en venta” (1892 – 1902) de José Jiménez Aranda.

Esta última obra pictórica es uno de los desnudos más interesantes de la pintura española del siglo XIX. Vemos una joven esclava, representada con gran dignidad, que es mostrada para su venta con un cartel escrito en griego en el que se puede leer “Rosa de 18 años, en venta por 800 monedas”. El tema tratado es orientalista, en el que se mezcla lo exótico y oriental, según el ideal del Romanticismo, muy al gusto de los pintores de aquella generación, sin olvidar la sensualidad y calidad de la anatomía humana. La principal novedad de esta obra es su inusual encuadre, en el que la chica ocupa el primer plano, mientras alrededor sólo se muestran los pies de los posibles compradores. Como vemos Jiménez Aranda destacó por su gran capacidad de captar instantes del natural, cuya obra se enmarca dentro de la pintura costumbrista romántica. Tras conocer a Fortuny en Roma, su obra evoluciona hacia la pintura llamada de "casacón", más cercana a la pintura galante de la burguesía europea.

Le sigue la sala dedicada al acuarelista malagueño José Nogales, cuya formación se determinó por las enseñanzas de dos grandes pintores: Ferrándiz, de quien aprendió el dominio de la figura en el dibujo, la entonación y recursos compositivos, y Muñoz Degrain, de quien aprendió la capacidad de captar la calidad aterciopelada de las superficies vegetales y de la indumentaria. Desarrolló su labor docente en la Escuela de Bellas Artes de San Telmo y participó frecuentemente en las exposiciones locales y nacionales. Nogales, aunque aborda todos los géneros pictóricos, destacó especialmente en los paisajes, gracias a sus composiciones florales, también fue muy valorado por sus retratos, ya que el público burgués apreciaba mucho la reproducción de las calidades de los materiales de los ropajes y adornos en las pinturas. De este autor aquí destacamos “Floristas valencianas” de 1908, “El milagro de santa Casilda” de 1892 (obra con la que obtuvo por primera vez el reconocimiento de la crítica) y la escultura titulada “Mi madre, María Josefa Higuero” realizada hacia el 1890-1920.

En una de las esquinas de la sala se reproduce un salón burgués, en el que durante el siglo XIX el arte tuve una presencia muy importante, por lo que el contenido de las pinturas estuvo muy influido por su destino. Y es que el hogar de la burguesía decimonónica era un escaparate de su importancia social y económica, pensado para ser mostrado a los invitados. Por tanto, muebles lujosos, antigüedades y obras artísticas convivían en estos espacios. Esto benefició a los artistas que veían ahí una fuente de financiación regular, incluso algunos de ellos llegaron a tener una buena posición en estos ambientes, tal es el caso de José Moreno Carbonero, quien donaría en 1921 la mayoría de los muebles antiguos que vemos expuestos en el Museo de Málaga.

La siguiente sala está dedicada a Enrique Simonet, pintor valenciano que formó parte de la escuela malagueña de pintura hasta el 1885, año en que se trasladó a Roma como pensionado. Su obra ha estado en constante evolución relacionada con las tendencias vigentes en cada uno de los sitios en que vivió: su primera etapa se caracterizó por un academicismo de dibujo precioso, la segunda, tras su vuelta de Italia y conseguir en 1901 una cátedra en Barcelona, donde tuvo contacto con el modernismo catalán y las propuestas artísticas continentales; y la tercera etapa tuvo lugar una década después, tras establecer su residencia definitiva en Madrid, volviendo a una estética mas anclada en las tradiciones propias, sin verse influenciado por las vanguardias europeas. En la sala vemos varias obras de este autor, destacando “¡Y tenía corazón! (Anatomía del corazón)” de 1890, “Boceto de la decapitación de san Pablo” de 1887, “El juicio de Paris” de 1904, etc.

Uno de los cuadros más interesantes de Enrique Simonet, y uno de los más valorados en las colecciones del Museo de Málaga es “¡Y tenía corazón! (Anatomía del corazón)”, en el que representó el momento en que un forense le realiza una autopsia a una mujer joven. Algunos autores han encasillado esta obra dentro del realismo social por el tratamiento realista del tema y la crudeza de la escena, sin embargo debería considerarse como parte de la corriente cientifista que dominaba el siglo XIX y caracterizado por los contrastes lumínicos de luces y sombras (que en esta obra sobresale de manera especial), el detalle de la representación realista, la rigurosidad anatómica y la experimentación con elementos tan arriesgados como la profundidad del cuadro, sugerido por el tratamiento del cuerpo de la chica en escorzo.

En una de las cuatro paredes de esta sala también se expone la obra “La bendición del campo en 1800” realizada por Salvador Viniegra y Lasso de la Vega en 1887. Este pintor gaditano, en la línea que seguiría posteriormente Simonet, fue el primero en representar escenas donde la pintura es el objeto representativo importante, por encima de los contenidos ideológicos, tan característico en la pintura de historia. Aquí vemos una escena campesina en el que tiene lugar la bendición del campo para asegurar al agricultor una buena cosecha. En esta obra destaca sobre todo la atmosfera lumínica y la caracterización de los personales, los cuales dan como resultado una perfecta combinación que la crítica aplaudió como un prodigio de la luz, lo que hizo que ganara la Medalla de Primera Clase de la Exposición Nacional de 1887 de Madrid, además de otros premios europeos en Viena y Múnich.

La siguiente sala está dedicada al ocaso del siglo, en el que se exponen obras, entre otros autores, de Picasso y Sorolla. De aquel primero vemos, nada más entrar a la sala, el cuadro titulado “Pareja de ancianos” de 1895. Aquí también se exponen interesantes obras de otros autores, destacando “La tumba del poeta” (1860-1900 aproximadamente) de Pedro Sáenz y Sáenz, quien fuera discípulo de Ferrándiz, además de haber tenido contacto con autores como Simonet, Sorolla o Viniegra; “El único naranjo” (alrededor del 1920) de Eliseo Menfrén y Roig; “La princesa de Kapurtala” de Federico Beltrán Masses, etc. Esta última obra es un retrato de la bailarina malagueña de origen humilde Anita Delgado que, tras casarse en 1908 con el maharajá de Kapurthala, se convirtió en la maharaní de aquel principado indio. Las obras pictóricas de Beltrán Masses, pintor cubano de origen español y alumno de Sorolla, se han situado entre el Arte Decó y el Simbolismo, centrándose principalmente en el retrato, de hecho, tuvo gran fama internacional, siendo durante años el pintor de moda entre reyes, aristócratas, millonarios y artistas. En este cuadro podemos comprobar su gran reputación como colorista, en cuya paleta destacan el verde y azul, uno de sus tonos favoritos, de hecho, se conoce como “azul Beltrán” a ese color intenso, oscuro, pero a la vez luminoso.

Por su parte, “Bebedor vasco (Juan Ángel)” de 1910 es una obra del valenciano Joaquín Sorolla. Este autor es especialmente famoso por haber sabido captar la luz del mediterráneo. Tras terminar sus estudios en la Escuela de Bellas Artes de San Carlos, comienza a ganar premios y medallas, llegando la fama internacional con las exposiciones de París y Nueva York, gracias a su estilo de fuerte pincelada e intensa iluminación. Debido a aquellos éxitos, se organizó una exposición en la Hispanic Society de New York. Su presidente, el hispanista Archer Milton, le encargó la realización de unos grandes paneles para decorar la biblioteca. A los estudios preliminares para la confección de esas escenas populares españolas, responde este retrato regionalista, en el que Sorolla intenta captar la singularidad de cada territorio reflejado en sus habitantes y costumbres, destacando el rostro duro y realista del personaje representado.

Llegamos a la subsección titulada “Tradición y Vanguardia”, compuesta por varias salas. El desarrollo de las vanguardias españolas en esta época se mantuvo vinculado a las tradiciones figurativas, con una tendencia a simplificar las formas y al empleo de colores puros y pocos matizados, eso sí, sin alcanzar la abstracción del Cubismo. Su máximo exponente fue Daniel Vázquez Díaz, siguiendo su línea el malagueño Alfonso Ponce de León, mientras que otros autores, como José Cruz Herrera o José Suárez Pelegrí, prefirieron mantener los vínculos estilísticos con la centuria anterior por su éxito comercial. Aquí podemos ver obras pictóricas como “Piedras ambulantes” (1930) de José Moreno Villa, “Los saltimbanquis” (1932) de José Suárez Peregrín, “La ofrenda de la cosecha” (hacia 1926) de José Cruz Herrera, etc. Por su parte la escultura evolucionó hacia la simplificación de volúmenes y la severidad de la forma para potenciar su tridimensionalismo. Las esculturas que aquí vemos son “Retrato de Pablo Iglesias Posse” (hacia 1925 – 1933) de Emiliano Barral, “Piedad” (1909) de Julio Antonio Rodríguez Hernández y “Retrato de muchacha” (alrededor de 1962 – 1965) de Gregorio Domingo Gutiérrez.

Dos figuras cruciales sitúan a Málaga dentro de la vanguardia: el pintor y escultor Pablo Picasso y el poeta, dibujante y pintor José Moreno Vila, quien fue clave en la difusión en España de las tendencias internacionales, gracias a ser una figura de referencia para la mayoría de los jóvenes artistas. Por su parte, Pablo Picasso, tras abandonar Málaga y establecerse en Francia, asumió como suyas las innovaciones plásticas de su tiempo, inaugurando con el Cubismo el arte nuevo del siglo XX. De él vemos aquí su busto, realizado por José María Palma Burgo alrededor del año 1966.

Pero además esta sala expone algunas obras de Picasso, como la pintura “Cabeza de Mosquetero” de 1968 y diferentes cerámicas, de la que destaca una jarra de arcilla cocida y decorada en 1954. Y es que este artista era muy polifacético, interesándose por la cerámica durante su estancia en Vallauris (Francia), yendo frecuentemente al taller de la familia Ramie, la fábrica de Madoura. Se sintió fascinado con la arcilla con barniz crudo que, al someterse al calor intenso, se transformaba, es decir, la materia sufría una metamorfosis cuyos resultados finales frecuentemente eran diferentes a la idea original. A pesar de ello, no puede ser considerado ceramista, ya que sobre todo se dedicó a la decoración pictóricas de las mismas o a la alteración de piezas ya modeladas antes de la cocción. Eso sí, fue un destacado impulsor de la cerámica como medio de expresión artística.

Tras la Guerra Civil Española se cerró las posibilidades de vanguardia interior en el arte, haciéndose impermeable a las innovaciones europeas y, por consiguiente, se impulsó la pintura más tradicional. En Málaga los artistas se centraron en la nostalgia de la pintura decimonónica y sus géneros habituales, es decir el retrato burgués, el paisaje (que mantuvo el ultimo luminismo levantino) y las escenas costumbristas (que mostró ligeras transgresiones a través de los desnudos y temas orientalistas que mostraban cierta huida del ambiente represivo dominante). En cierto modo, la escultura fue una fuente de denuncia social, como por ejemplo la que vemos aquí “Mendiga canaria” (1944) de Manuel Ramos, quien se inspiró en la tradición de la mejor talla sin policromar. Se trata de un descarnado retrato de la miseria de un pueblo empobrecido tras finalizar la Guerra Civil.

Y así llegamos a la siguiente sala dedicada a la “Generación del 50”, movimiento que surgió en la década de 1950, cuyo objetivo era recuperar el vanguardismo europeo y disfrutar de una libertad plástica nunca disfrutada. Aquel movimiento tuvo más solidez cuando un grupo de jóvenes artistas malagueños viajaron hasta Cannes para visitar a Picasso que por aquel entonces vivía en su residencia “La Californie”. Tras su regreso a Málaga, el grupo aglutinó a un mayor numero de artista, y continuaron con exposiciones tanto nacionales como internacionales. Aquel movimiento, rebautizado como Grupo Picasso, estaba integrado por autores como Eugenio Chicano, Manuel Barbadillo, Dámaso Ruano y Elena Laverón, quienes revitalizaron las artes plásticas en Málaga. Por tanto, la vanguardia malagueña siguió una línea surreal, con propuestas que tendían a modos de expresión informalistas. Las composiciones, por norma general, consistían en amplias machas de color muy empastadas, en las que parece deslumbrarse personajes deformes en ambiente opresivos, corriente que se definió como figuración fantástica.

Casi estamos llegando al final del recorrido por esta primera planta del Museo de Málaga, por lo que llegamos a la subsección “Obras sobre papel”, pequeña sala donde se exponen obras en papel y cartón de autores como, entre otros, Muñoz Degrain, Picasso y Peinado. Y ahora sí, llegamos ya la última sala que está dedicada a la historia de las colecciones y al del propio museo. Una de las cosas que nos llamó mucho la atención fue un casco de gladiador del año 1882. Anteriormente hemos comentado que los pintores decimonónicos acumulaban objetos escénicos para servir como modelos para sus pinturas. Pues bien, este casco fue adquirido por José Moreno Carbonero durante su estancia en Roma, para incluirlo en el lienzo visto anteriormente “Gladiadores/La meta sudante”. Desde aquí subimos hasta la segunda planta del Museo de Málaga que acoge la colección de Arqueología.

Pulsar para invitarme a un café