La casa natal de Picasso se sitúa en el lado norte de la plaza de la Merced, en las llamadas Casas de Campos que son una serie de edificios que constituyen uno de los ejemplos más destacados de viviendas de calidad para la clase media malagueña. Su nombre hace referencia a Antonio Campos, ya que fue él quien las construyó en la década de los sesenta del siglo XIX en el solar que quedó tras el derribo del convento de Nuestra Señora de la Paz, desamortizado en época de Mendizábal, en 1836. A pesar de ello la casa natal de Picasso es anterior a aquel proyecto, ya que fue edificada en 1861, según diseño de Diego Clavero. Campos adosaría los siete nuevos inmuebles a ese edificio y, junto con el arquitecto Gerónimo Cuervo, modificó la fachada para que todo el grupo luciera una estética homogénea, caracterizada por su excesiva simplicidad. Como resultado de esta intervención, la fachada de este edificio que da a la plaza de la Merced luce vanos arqueados (la fachada contraria manifiesta su origen primigenio al estar desprovista de decoración), mientras que desde la calle Gómez Pallete se puede comprobar que su situación en la esquina, sirve como de telón del conjunto.
En esta casa viviría el matrimonio formado por José Ruiz Blasco y María Picasso y, once años después de la finalización de aquellas obras, en el 1881, aquí nacería su hijo Pablo Picasso, siendo su hogar hasta el 1884 (aunque volvió los veranos de 1895, 1896, 1897 y 1899; su última estancia fue entre finales de diciembre de 1900 y el 28 de enero de 1901). En esta casa museo se expone obras y objetos personales de este artista internacional. El organismo nació con el nombre Fundación Pablo Ruiz Picasso en febrero de 1988, con el objetivo de estudiar y promover la figura y obra de este artista. Además, desde el año 2005 en el lateral oeste de la plaza de la Merced, en el número 13, cuenta con otro espacio expositivo que complementa la oferta cultural del museo. Centrándonos en la casa natal de Picasso, sus sucesivas salas ofrecen una visión temática del artista, además de hacer un recorrido por los diez primeros años de su vida.
El recorrido comienza en la planta baja, concretamente en la sala 1 llamada “Pablo, crecer en el taller”, en la que se trata la formación artística de este pintor. Picasso se inició desde pequeño, tras sentir el influjo de los pintores de su círculo cercano que formaron la llamada Escuela Malagueña de Pintura, bajo el mando de su padre José Ruiz Blasco que por aquel entonces era profesor de dibujo en la Escuela de Bellas Artes de Málaga. Fue él quien le enseñó los primeros trucos del oficio, sembrando en el joven Picasso la meticulosidad y el cariño con que trabajaba sus obras.
En el año 1897, en el círculo del Liceo de Málaga, Joaquín Martínez De la Vega, rodeado de otros artistas, le bautizó como pintor con unas gotas de champán para celebrar la mención ganada en Madrid por su óleo “Ciencia y caridad”, obra cumbre de la juventud de Picasso y que pintó en Barcelona cuando contaba con 15 años. Pero la evolución de este artista sería muy diferente a los corsés que para él tenía el academicismo y comenzaría a buscar su propio camino, en detrimento del que querían imponerle profesores como Antonio Muñoz Degrain o José Moreno Carbonero, viejos amigos de su padre.
Entre las piezas que vemos en esta sala se encuentran obras originales de Denis Belgrano, Emilio Ocón y Joaquín Martínez de la Vega, piezas de escayola y terracota con los que los alumnos de la Escuela de Bellas Artes de san Telmo en Málaga aprendieron a pintar (institución de la que fue alumno y profesor el parde de Picasso, José Ruiz Blasco), un banco de la época que fue utilizada en aquellas aulas, fotografías procedentes de la Escuela Malagueña, un retrato al óleo del padre de Picasso firmado por José Ponce Puente, grabados de Picasso, etc.
Entre aquellas destaca la reproducción de un dibujo hecho con lápiz de un Hércules, cuya particularidad es que fue realizado en 1890 por Picasso cuando contaba sólo con nueve años de edad, tomando como referencia uno con su clava o garrote situado en el pasillo de su casa. Este héroe mitológico fue la primera representación que hizo, posteriormente le seguiría una serie de treinta obras para ilustrar “Las metamorfosis” de Ovidio. Para Picasso aquellos libros de poemas fueron una fuente fundamental de personajes y escenas, con las que practicar su etapa clasicista. Sin embargo, su clasicismo era muy particular, puesto que, junto con la pureza de las líneas, comenzó a representar los cuerpos de manera propia del cubismo y del surrealismo.
También vemos algunas láminas de la Suite Vollard, una serie de 100 grabados realizados por Picasso entre 1930 y 1937 por encargo de su marchante y editor Ambroise Vollard. En esas obras el malagueño representó el tema del escultor y su modelo, plasmando de forma idealizada a Marie-Thérèse Walter y a sí mismo en el taller, con clara referencia estética a la Antigüedad. En aquella época Picasso representó en multitud de ocasiones cabezas y bustos de Marie-Thérèse, su amante con la que se llevaba veintiocho años de diferencia y a la que conoció en el año 1927, aun estando casado con Olga Khokhlova. Aquella relación se mantuvo en secreto, pero, como estamos viendo, no así en sus obras, en las que el pintor escenificó las formas curvilíneas y voluptuosas de aquella, personificando así su renovada pasión y vitalidad.
Las siguientes salas, la 2 y la 3, profundizan en uno de los elementos claves en la formación del artista: la relación con la modelo y el desnudo femenino, de hecho, el dibujo del natural fue una de las lecciones que más valoró, aunque con 17 años abandonó la enseñanza académica para ejercitarlo de manera libre y sin imposiciones. La sala 2 trata el tema de la modelo: durante la época azul y cubista su modelo (también su amante) fue Fernande Olivier entre 1904 y 1912. Su cuerpo y otros cuerpos que recordaba haber visto en un burdel de la calle de Aviñón en Barcelona, sirvieron de inspiración, tras una larga experimentación del cuerpo femenino, para realizar su obra culmen de esta época y una de las más famosas: “Las señoritas de Aviñón”.
Aquella pintura supuso la ruptura definitiva de Picasso, no sólo con los cánones de la belleza, sino también con la perspectiva. Aquí podemos ver dibujos originales pertenecientes al cuaderno número 7 de bocetos que fueron para el malagueño un trabajo preparatorio para la obra final de “Las señoritas de Aviñón”. Se trata de uno de los 16 cuadernos existentes, y el único que se conserva en colecciones españolas. Gracias a estos dibujos podemos saber hoy que elementos se mantuvieron y cuales se eliminaron en el proceso creativo de la obra final. Se puede ver el álbum completo en una pantalla interactiva, además en esta sala también se exponen otros ejemplos de desnudos femenino realizados por el artista malagueño.
La sala 3 se titula “El pintor y la modelo”, escena en el que Picasso interpreta en su pintura las relaciones visuales, poética y eróticas entre los dos personajes, quienes se encuentran encuadrados en el taller, espacio que se convierte para él en un tema de reflexión sobre su oficio y su lugar en el mundo. El esfuerzo del pintor para captar este tipo de escenas y a su modelo hay que buscarlo en la novela “La obra maestra desconocida” (1831) de Honoré de Balzac, en la que se cuenta la historia de un pintor imaginario del siglo XVII llamado Frenhofer que tras dedicar diez años en conseguir una obra maestra absoluta obtiene finalmente una maraña de líneas ininteligibles. Un siglo después, aquellas poco más de cuarenta páginas provocó una gran reflexión en los protagonistas del arte moderno y las vanguardias que hicieron que apareciese la abstracción a la pintura, por lo que se podría también relacionarse con las obras de Picasso.
De hecho, nuestro pintor malagueño realizó varios grabados en el año 1927 para ilustrar la comentada obra de Balzac. Durante los años cincuenta y sesenta del siglo XX, Picasso trató aun con más intensidad el tema del pintor y la modelo, pero en esta ocasión con cierta ironía, considerando ridículo al viejo pintor ante el cuerpo desnudo de una mujer joven. En otras épocas Picasso se identificó con personajes como el arlequín o el Minotauro y, aunque también lo hace con el viejo pintor, en realidad está representado, mediante el cliché de los pintores del siglo XIX, a los artistas oficiales contra quienes Picasso se reveló. De cualquier manera, la relación entre el pintor y la modelo, tema muy importante para él que, aunque siguió un mismo esquema, lo representó de múltiples maneras, ya que la repetición era lo que más temía.
Terminada la visita a esta planta baja, procedemos a subir por la escalera a la planta primera, donde entraremos en las tres primeras salas dedicadas al entorno familiar y vital de los primeros años de Picasso en Málaga. La sala 4, presidida por un poema de 1936 picassiano que evoca su nacimiento “Esta es la historia yo nací de un padre blanco y un vasito de aguardiente andaluz (…)”, está dedicada a la familia de Picasso de quienes se exponen algunos objetos personales, fotografías de sus padres y de Picasso de niño, retratos que hizo el artista a sus padres y hermanas en un ejemplar facsímil de un cuaderno de dibujos de 1895, etc.
En una de las paredes también vemos un resumen de su genealogía en la que se muestra de un vistazo toda la familia de Picasso: su padre fue José Ruiz Blasco, apodado el inglés por su apariencia física y elegancia, mientras que su madre era María Picasso López, cuyo hoy famoso apellido proviene de un marino genovés que vivió en Málaga en la época de las guerras napoleónicas. Ya sabemos que Picasso recibió la influencia de su padre en el campo artístico, mientras que de la madre, con quien mantenía un profundo afecto, heredó sus rasgos: vitalidad y amor por el teatro y la lectura.
De aquel matrimonio nació Pablo Picasso, el primogénito, a quien le siguió dos hermanas más: Conchita, la más pequeña que con siete años murió de difteria en La Coruña y Lola, apodada la “terremótica”, ya que su nacimiento tuvo lugar durante un terrible seísmo. Ésta hizo en muchas ocasiones de modelo para su hermano, con quien mantuvo el contacto aun después de casarse en Barcelona. Ella tuvo a José y Javier Vilató, sobrinos de Picasso, quienes siguieron la estela de su tío y estudiaron una carrera como pintores en París.
Le sigue la sala 5 titulada “estilo de vida” que posee balcones que da a la plaza de la Merced, correspondiendo con el salón comedor de la casa. En aquella época Málaga vivía los últimos coletazos de un siglo en el que fue uno de los mayores centros industriales de España. Este salón se encuentra amueblado con piezas originales del siglo XIX, estando presidida por un busco de una virgen Dolorosa realizada por José Ruiz a partir de una cabeza de una diosa griega y que siempre estuvo en el hogar de esta familia.
En esta estancia probablemente tenían lugar las tertulias de José Ruiz con sus amigos profesores y pintores, cuyos cuadros adornan las paredes, la mayoría de los cuales perteneció a la familia de Picasso, especialmente algunos dedicados a su padre. De entre esta colección, el más destacable es “El monaguillo” de José Ponce Puente, que probablemente influyó en algunas de las obras de juventud de Picasso, al tratar el mismo tema.
También recibió la visita de la amplia familia Ruiz, ya que el padre de Picasso tuvo diez hermanos, perteneciendo a una modesta burguesía que mantuvo buena relación social, con inquietudes en la cultura y el arte. Aquí también vendrían de visita, además, las tres hermanas y la progenitora de la madre de Picasso, quienes eran originarias del barrio de El Perchel. Igualmente, dos años más tarde del nacimiento de Pablo Picasso, la abuela y dos tías maternas se integraron con la familia al mudarse en un nuevo piso de la misma plaza, donde el pequeño artista las sorprendía representado con increíble precisión y de un solo impulso, siluetas de flores y animales (entre ellos un perro y una paloma expuesto en el Museo Picasso de Barcelona).
La sala 6 nos recibe con la reproducción a gran escala de una firma autógrafa del artista, en la que podemos leer “Picasso de Málaga”, reafirmando su origen. Esta firma está relacionada con el momento en que un grupo de jóvenes pintores malagueños viajaron hasta Cannes en 1957 para conocer a Picasso en persona. Al artista le hizo mucha ilusión esta visita, no sólo les dio dinero y les facilitó contactos para exponer en París, sino que también les preguntó por detalles que recordaba de su infancia en Málaga. Incluso, al enterarse que traían cuadros en sus vehículos, les pidió que los pusieran en las escaleras de entrada, donde también colocó algunas pinturas y esculturas suyas, afirmando entonces que aquella sí que era una exposición de artistas malagueños. En la vitrina junto a aquella firma se expone objetos personales relacionados con su infancia.
Entre ellos vemos predas como una camisa de bebé, su fajín umbilical y su vestido de cristianar, además de uno de los zapatos con los que aprendió a andar, junto al cual podemos leer una nota manuscrita de, fruto de su relación con Marie-Thérèse Walter, su hija Maya. También se expone un facsímil de su acta de bautismo, una colección de figuras de plomo con las que el pintor jugó siendo niño y diferentes fotografías de sus diferentes estancias en la ciudad, fechadas entre 1895-1896, cuando iba a la finca de sus padrinos en los montes de Málaga. Y es que Picasso se marchó de Málaga a punto de cumplir los diez años, aunque, como hemos señalado, regresó en varias ocasiones, siendo su último viaje en la navidad de 1900.
De aquella época malagueña se ha conservado obras de gran calidad, entre los que se incluyen dibujos, representaciones al natural de calles y tabernas, etc., destacando la obra que representa un naufrago que hace referencia a un suceso que ocurrió en el puerto de Málaga, cuando un barco alemán se hundió, provocando la muerte de 53 personas. En aquella ocasión Picasso vino acompañado de su amigo Carles Casagemas, a quien intentaba distraer de un mal de amores. A finales de enero, el andaluz se fue a Madrid y el catalán regresó a Paris, donde intentó matar a la joven con la que estaba obsesionado, suicidándose de un disparo después. Aquellos acontecimientos produjeron un gran dolor en Picasso, provocando unos meses después el inicio de su época azul (que tuvo lugar entre 1901 y 1904), caracterizada por ser ese color el dominante de la gama cromática de sus pinturas.
La siguiente sala, la 7, está dedicada a las palomas, el tema más recurrente en la pintura de José Ruiz Blasco (también pintó otros animales, bodegones y flores), lo que hizo que Picasso se influenciara y tratase de manera habitual este motivo iconográfico. Aquí se expone una de las primeras obras de su padre, realizada en Málaga hacia el año 1890, en el que representó un palomar con varios de estos animales. Cuando tenía oportunidad enfatizaba aquella idea, como cuando en el año 1961 envió una postal a Juan Temboury junto a una paloma hecha a tinta y lápices de colores, junto con una frase en la que se podía leer “dibujo realizado por el hijo de José Ruiz Blasco”. Mandó construir un palomar en su residencia en Cannes, e incluso es curioso que esta ave influyó también en la vida privada de Picasso, ya que a una de sus hijas le puso el nombre de Paloma.
Pero las palomas de Picasso fueron más allá de su mundo particular para alcanzar una dimensión universal, cuando se convirtieron en un símbolo de la paz, a partir del momento en que el escritor Louis Aragon eligió la litografía de una paloma blanca para el cartel del Congreso de la Paz de Paris de 1949. El éxito popular de la imagen fue tal que Picasso lo acogió con entusiasmo e hizo multitud de variantes en los sucesivos años. En 1950, durante el Congreso Mundial de la Paz celebrado en Sheffield (Reino Unido), de nuevo Picasso dejó claro que aprendió a dibujar palomas gracias a su padre.
El malagueño participó, además, en movimientos pacifistas como el que tuvo lugar tras la II Guerra Mundial, y que estuvo auspiciados por la Unión Soviética y partidos comunistas, aunque apoyada por personas de diferentes ámbitos, que abogaba por la paz entre los dos bloques creados y la eliminación de las armas nucleares. Hay que tener en cuenta que Picasso ya se posicionó políticamente unos años antes, cuando clamó a favor de la República y contra el fascismo durante la Guerra Civil Española. También, tras la liberación de París, se afilió al Partido Comunista Francés, declarando que en él había encontrada una familia y una patria hasta que pudiera regresar a España.
Anexa se encuentra la sala 8 titulada “Mediterráneo”, un mar que, a pesar de haber conocido el Atlántico coruñés, corre por las venas del artista. De hecho, esta sección arranca con la reproducción de una de las primeras obras realizadas por el Picasso niño titulado “Puerto de Málaga”, realizado a escondidas entre 1888 y 1890 con pintura que tomó de la paleta de su padre. El motivo tratado volverá a aparecer en algunas pinturas realizadas durante sus veranos en la ciudad. Sin embargo, años después, el mar se convertiría para él en un escenario de oscuro simbolismo, en cuyas orillas cohabitarían bañistas desnudas como diosas, ninfas y faunos.
En definitiva, sería para el artista el mar de la mitología grecolatina que tomaría como referencia para plasmar experiencias personales y a la vez universales, como por ejemplo el Minotauro, el “otro yo” de Picasso, que utilizaría para recrear dramáticamente sus vivencias de feroces pasiones. Su acercamiento a la Antigüedad Clásica no sólo fue temático, también lo fue estético: tomó sus modelos por primera vez en 1906 cuando comenzó a dibujar desnudos que recordaba de la escultura arcaica griega (coincidiendo con el Noucentisme en Cataluña, movimiento que reivindica la necesidad del clasicismo con sentido de modernidad) y volvió a tratarlo de nuevo en 1917, tras haber visitado Pompeya junto a los Ballets Rusos, para quienes preparaba decorados, telones y vestuarios.
En esta segunda fase clasista, es importante señalar que fue la base del cubismo, en cuanto a su estructura, esculturalidad y racionalismo, lo que dio nueva vida a aquella etapa picassiana. Para exponer lo comentado, aquí podemos ver grabados y una cerámica, en los que se aprecia esa influencia del Mediterráneo. Además, en dos pantallas podemos ver una secuencia de fotografías en las que se muestran a Picasso disfrutando del mar en compañía de sus familiares y amigos.
El siguiente espacio expositivo, la sala 9, está dedicado al mundo del toro, el cual, junto con el flamenco, también fue inculcado en él por su padre, con quien asistió a corridas en la plaza de la Malagueta. El deslumbramiento e impacto que le produjo estas escenas taurinas quedó reflejado en sus primeras obras infantiles, como en el pequeño óleo “El picador amarillo” (1889 – 1890). En efecto, su pasión por este espectáculo se refleja en toda su obra, en la que representó toros, caballos, picadores y toreros. Y lo pintó a veces como un juego puramente estético (como ocurrió en las ilustraciones de tauromaquia de Pepe Illo, en el que se entreve la maestría de su técnica) y otras como un enfrentamiento descarnado a vida o muerte, que evidencia desgarros interiores, cuya hostilidad incluso llega hasta el Guernica. Hubo momentos en que Picasso se veía a sí mismo como el toro o el minotauro en la arena, aunque lo mas probable es que se sintiera como un diestro cuando se debía enfrentar a un lienzo en blanco, al vacío, a la falta de creatividad, en definitiva, a la muerte.
En esta sala se exponen diferentes cerámicas y grabados que tratan ese tema taurino, destacando la serie “El toro”, cuyo animal es el protagonista absoluto de estas estampas que constituyen un hito en la producción litográfica de Picasso, por su depuración absoluta de la figura del toro, por otro lado, emblema de fuerza y fecundidad en las diferentes culturas del Mediterráneo. Picasso modificó la figura de este animal en once ocasiones, empezando con una representación realista y terminando con la forma más elemental de su figura, con tal depuración lineal que constituye un signo. La última estampa tuvo una tirada comercial de cincuenta ejemplares, mientras que de cada una de las anteriores sólo se imprimieron dieciocho pruebas de autor, por lo que, debido a la dificultad de reunir todas las piezas es, junto a su valor emblemático, una de las series claves de la colección de litografías del Museo Casa Natal Picasso.
Tras la Guerra Civil Española, este artista juró no regresar a su país mientras se mantuviera la dictadura de Franco, por lo que las corridas del sur de Francia fueron para él un vínculo con su patria natal, cuya añoranza se hacía cada vez más fuerte. En este contexto, el artista amasó una gran amistad con Eugenio Arias, excombatiente republicano afincado en Vallauris, a quien conoció en 1947. Muchas veces fueron juntos a las corridas de toros, compartiendo además afición por el flamenco, la literatura y la militancia política. El centro de la sala está presidido por la única reproducción de una capa española, cuya original fue regalada por el torero Luis Miguel Dominguín, prenda que fue de la predilección de Picasso hasta el punto que, al fallecer el 8 de abril de 1973, fue enterrado con ella por decisión de su viuda Jaqueline Roque. Tras su muerte, Eugenio Arias acicaló su cuerpo y le puso esta capa española, la cual fue enviada desde Casa Seseña en Madrid por el padre de Arias, quien la eligió personalmente.
Testimonio de la amistad entre Arias y Picasso son las páginas de prensa con dibujos originales de Picasso que forman parte del medio centenar de crónicas periodísticas taurinas que contienen notas y dibujos dedicados a Arias. Junto a aquellas, un código QR permite escuchar la única entrevista grabada en español de Picasso realizada por el periodista Julián Antonio Ramírez en octubre de 1961. Y de esta manera llegamos al final del recorrido por la casa natal del artista, para lo cual nos despide un retrato de Picasso realizado por Juan Gyenes, cuya colección de fotografías sobre el pintor forma parte de la colección de este museo. Junto a la imagen podemos leer dos citas de Rafael Alberti, el gran poeta gaditano con el que mantuvo una fuerte amistad en los años 60, y Mercedes Guillén, una intelectual en el exilio que fue la protegida de Picasso en París a partir de 1939. Una vez fuera del edificio, si has adquirido la entrada conjunta, puedes dirigirte a la sala de exposiciones temporales, situada en el número 13 de la plaza de la Merced.
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