BARCELONA

COMPLEJO MODERNISTA DEL HOSPITAL DE SANT PAU


A comienzos del siglo XV Barcelona contaba con seis pequeños hospitales dispersos por la ciudad, todos ellos sostenidos casi exclusivamente por las donaciones de los vecinos. La precariedad económica de estos centros llevó en 1401 al Consejo de Ciento y al Capítulo Catedralicio a unirlos en una sola institución: el hospital de la Santa Creu, aprobado por el papa Benedicto XIII. El nuevo hospital, concebido como un gran edificio gótico con cuatro alas alrededor de un patio, se convirtió con el tiempo en uno de los centros sanitarios más antiguos y emblemáticos de Europa. Durante más de quinientos años fue el referente médico, asistencial y formativo de Barcelona, impulsando incluso la creación del Real Colegio de Cirugía, origen de la futura Facultad de Medicina.

Sin embargo, el paso del tiempo y el crecimiento de la ciudad terminaron por hacer evidente que el edificio medieval ya no podía responder a las necesidades de la medicina moderna. Esta transformación coincidió con el gran cambio urbanístico del siglo XIX, marcado por el Plan Cerdà y la expansión del Eixample. En este contexto falleció Pau Gil, un banquero catalán afincado en París, que legó su fortuna para construir un nuevo hospital dedicado a Sant Pau que estuviera dotado de las innovaciones más avanzadas. Gracias al acuerdo entre la Junta del antiguo Hospital de la Santa Creu y los albaceas (personas designadas para hacer cumplir la última voluntad del fallecido de Gil), el proyecto tomó forma en unos terrenos situados entre Gràcia, Horta, el Guinardó y Sant Martí.

El encargo de su construcción recayó en Lluís Domènech i Montaner, una de las figuras centrales del Modernismo catalán, quien imaginó un hospital basado en criterios higienistas: pabellones aislados, amplios jardines y una red de túneles subterráneos que garantizaba la comunicación interna. Aunque diseñó 48 edificios, solo se levantaron 27, de los cuales 16 conservaron íntegramente el espíritu modernista del proyecto. El resultado fue un conjunto organizado en torno a dos ejes diagonales que dibujan una gran cruz, símbolo histórico del antiguo hospital de la Santa Creu y representación de la tradición hospitalaria de la ciudad. De esta manera, el nuevo hospital de Sant Pau no sólo respondía a las necesidades médicas del siglo XX, sino que además recuperaba y proyectaba hacia el futuro una memoria asistencial que había acompañado a Barcelona durante siglos. Tras la muerte de Lluís Domènech i Montaner, su hijo Pere Domènech i Roura asumió la dirección final de las obras.

El Recinto Modernista de Sant Pau, uno de los conjuntos modernitas más grandes del mundo, comenzó a levantarse en 1902 con diez pabellones organizados según un plan urbanístico distinto al del Eixample, e inaugurado el 16 de enero de 1930 por el rey Alfonso XIII. Cada edificio, que estaba pensado para una especialidad médica, se decoró con abundantes elementos cerámicos y con una rica iconografía que refleja la espiritualidad de su creador. En la construcción de estos edificios se siguieron criterios comunes, como la organización transversal de los espacios, la búsqueda de una iluminación y ventilación óptimas, y una cuidada atención a la ornamentación interior.

Cada pabellón lleva el nombre de un santo, cuya representación escultórica se colocó encima de cada entrada: los situados en el lado oeste, dedicados a santos, estaban pensados inicialmente para hombres, mientras que los del lado este, consagrados a santas, se destinaban a mujeres, aunque esta separación rara vez se aplicó de forma estricta. El centro funcionaba como un hospital para personas sin recursos, puesto que las familias acomodadas solían recibir a los médicos en casa. No obstante, cada pabellón incluía algunas habitaciones privadas situadas detrás de la sala principal, reservadas para quienes tenían mayores posibilidades económicas.

El complejo de Sant Pau no sólo era un hospital, sino también una ciudad jardín dedicada a la salud, donde la arquitectura, la luz y la naturaleza formaban parte del proceso de la curación. Tras más de ochenta años dedicados a la actividad sanitaria, el progresivo deterioro del recinto y el aumento de la demanda asistencial evidenciaron que los antiguos pabellones ya no podían garantizar la atención necesaria, lo que llevó a la decisión de construir un nuevo hospital adaptado a las necesidades actuales. Los edificios modernistas habían llegado al límite de su funcionalidad y, en 2009, la actividad médica se trasladó a un nuevo edificio moderno situado al norte del conjunto. A partir de entonces, el Recinto Modernista inició una nueva etapa, tras una profunda restauración que permitió recuperar y valorizar la obra de Domènech i Montaner y convertir Sant Pau en un espacio cultural y de conocimiento de relevancia internacional.

Comenzamos el recorrido por el interior del complejo, para lo cual, una vez adquiridos los boletos de entrada, empezamos en el corazón subterráneo del recinto: la sala Hipóstila, situada bajo el edificio principal de Administración. Aquí, entre grandes columnas de piedra, llegaban originalmente los suministros, ambulancias y mercancías del hospital, además de ser el acceso para aquellos pacientes que no podían entrar por la puerta principal. Más tarde este espacio se convirtió en el primer servicio de urgencias, inaugurado en 1968. Su estructura monumental recuerda a una cripta modernista: sólida, práctica y bella a la vez. Era el punto de conexión del hospital con la ciudad.

Decimos que este espacio es el corazón subterráneo del recinto, ya que desde aquí se acceden a los túneles, una innovación revolucionaria en su época. Estos pasadizos comunicaban todos los pabellones del recinto, teniendo diferentes funciones como la de trasladar pacientes sin exponerlos al clima exterior, mover carros con medicamentos o instrumental, transportar comida y ropa desde lavanderías y cocinas, y mantener la logística del hospital sin interferir en los espacios abiertos.

Las paredes de los túneles están revestidas de azulejos cerámicos blancos, fáciles de limpiar y desinfectar, una obsesión higienista de la época. Las esquinas redondeadas también tenían una finalidad higiénica, ya que este método de construcción evitaba la acumulación de suciedad en los bordes. Al mismo tiempo, el uso de líneas curvas es un rasgo característico del modernismo. No es difícil imaginar aquellos tiempos en los que el hospital funcionaba como una ciudad autosuficiente, cuya actividad diaria discurría por aquí abajo.

Salimos del túnel y desembocamos directamente en la sala 0 del pabellón de Sant Salvador, el primero que entró en funcionamiento en el año 1916. Nada más entrar nos recibe el busto del Marqués de Castellbell, uno de los numerosos patronos del hospital de la Santa Creu i Sant Pau. Aquí se explica cuál fue el papel de un patrono y se recuerda a la figura más destacada en la historia del antiguo hospital de san Pablo: Pau Gil, que como ya vimos donó la mitad de su patrimonio (alrededor de 4 millones de pesetas en 1891, una cantidad que hoy equivaldría a unos 30 millones de euros) para la creación de un hospital para personas sin recursos en Barcelona. Es por ello que en diversos lugares del recinto se pueden ver las iniciales P y G.

Otro de los rasgos característicos del hospital de la Santa Creu i Sant Pau es que casi todo el proyecto fue posible gracias al apoyo ciudadano: aportaciones de todo tipo, grandes y pequeñas cantidades realizadas por personas que querían agradecer la labor del hospital y de sus profesionales. Seguimos avanzando y nos topamos con la maqueta del antiguo hospital de la Santa Creu que estuvo situado (aun hoy se conserva el edificio) en el actual barrio del Raval. Fue inaugurado en 1401, permaneciendo en funcionamiento hasta alrededor del año 1920, cuando los pacientes fueron trasladados gradualmente al nuevo edificio. Es decir, aquel edificio sirvió como hospital durante cinco siglos antes de quedar obsoleto.

Al lado se sitúa una segunda maqueta que representa el recinto del hospital modernista, en el que vemos con claridad que fue concebido como una ciudad dentro de la ciudad o una ciudad jardín. Cada pabellón está rodeado y separado por jardines, que Domènech i Montaner consideraba esenciales para su visión terapéutica. Antes de diseñar este complejo, el arquitecto viajó por Europa para estudiar numerosos hospitales y recopilar ideas para dar forma a su proyecto.

En las pantallas junto a la maqueta se pueden ver los planos originales de Domènech i Montaner. Ahí comprobamos que su proyecto original contemplaba cuarenta y ocho edificios, aunque solo se completaron veintisiete. De ellos, supervisó personalmente la construcción de doce. Los construidos por su hijo Pere Domènech i Roura, si bien siguen los principios estructurales de su padre, ya no son estrictamente modernistas, son más racionales y sobrios, con menos ornamentación y detalles decorativos. De igual manera, en las vitrinas de este espacio se pueden ver diversos objetos que ilustran parte de la historia de la institución y la evolución de la medicina desde la Edad Media.

Desde aquí, se continúa subiendo la escalera del fondo que nos conducirá hasta la planta 1 del pabellón de Sant Salvador, cuyo interior se encuentra iluminado con vidrieras que filtran la luz de forma cálida y suave, algo pensado para aportar bienestar a los pacientes. Aquí vemos una estructura escultural que representa a un dragón, una figura muy presente en numerosas culturas y también habitual en la arquitectura modernista. En esa interpretación contemporánea se rinde homenaje a Lluís Domènech i Montaner, como ideólogo, arquitecto y erudito. Por ello, en las escamas del dragón se han integrado imágenes que muestran detalles de varios de sus edificios. Además, en las pantallas situadas en la base del dragón se pueden ver más obras y proyectos del arquitecto, entre ellos el Palau de la Música Catalana.

Antes de continuar hacia el exterior, merece mucho la pena detenerse un momento para observar el techo que aquí alcanza unos ocho metros de altura, y las paredes que cierran la estancia. En ellas podemos ver una profusión de motivos florales y vegetales: la naturaleza era una fuente de inspiración esencial y un elemento decorativo fundamental en el modernismo. Para los pacientes que debían permanecer encamados, era importante que el entorno transmitiera una sensación de vida y de contacto con lo natural. Los tonos suaves y relajantes de techos y muros estaban pensados para aportar serenidad.

Cerca de la salida, a mano izquierda, se sitúa una sala circular con amplios vitrales. En su momento funcionaba como sala de día de las diferentes alas. En el interior se han recuperado los moldes de esculturas de ángeles, figuras que simbolizaban la protección de los pacientes, realizadas por dos de los principales escultores que colaboraron con Domènech i Montaner en este proyecto: Eusebi Arnau y Pau Gargallo. Tanto uno como otro, cada uno con su estilo, han dejado numerosas obras que decoran muchos rincones del recinto (que iremos viendo), como las que aquí vemos o las esculturas alegóricas de las virtudes teologales que decoran la fachada principal, situadas entre los arcos que dan acceso al vestíbulo del pabellón de la Administración. Las virtudes teologales clásicas son tres: Fe, Esperanza y Caridad. Sin embargo, en su propuesta simbólica, Domènech i Montaner incorpora una cuarta: Obras, entendidas como la expresión concreta de las otras tres virtudes. Además, las esculturas de las fachadas de los diferentes pabellones son también obras de Eusebi Arnau.

Salimos ya al exterior y nos paramos para observar el exterior del pabellón de Sant Salvador, levantado durante la primera etapa de construcción del reciento, entre 1902 y 1912. Se encuentra en el sector este, donde se alineaban los pabellones para los hombres, los cuales guardan una disposición simétrica con respecto a los femeninos del ala oeste. Domènech i Montaner diseñó el de san Salvador como un espacio destinado a cirugía especializada masculina, siguiendo un esquema de edificio de un solo nivel con sala principal, complementado por una planta semienterrada para los servicios. En cuanto a la ornamentación, además de las barandillas decoradas con la letra G, destacan las cubiertas: el tejado de la rotonda, con sus cruces de Malta, reproduce el del pabellón de la Purísima (situada justo enfrente, en la hilera de los edificios de las mujeres), aunque difiere la cubierta de la torre de agua, el diseño de las tejas y la semicúpula frontal. El portal de entrada se encuentra dominado por la figura de san Salvador, mientras que el de la fachada posterior se encuentra coronado por la escultura de san Juan de Dios, ambas esculturas realizadas por Eusebi Arnau. A lo largo del siglo XX el pabellón se mantuvo relativamente fiel al diseño original, salvo por algunas intervenciones menores en la fachada norte del cuerpo central, eliminadas durante la restauración del recinto.

Desde aquí ya podemos apreciar los jardines modernistas del recinto, en cuyos laterales se reparten los diferentes pabellones. Domènech i Montaner diseñó el recinto como una ciudad jardín terapéutica, para lo cual la dotó de amplios espacios verdes, formados por especies locales, seleccionadas por su capacidad para adaptarse a variaciones de temperatura y por requerir poca agua, además de plantas medicinales y caminos que conectan los pabellones como si fueran calles. La idea era que los enfermos, rodeados de naturaleza, se recuperaran más rápido. Además, contribuían a mantener el entorno ordenado y a mejorar la calidad del aire. Existían también jardines de invierno, donde ciertos árboles permitían que la luz del sol pasara suavemente, y jardines de verano, con vegetación que proporcionaba sombra y alivio del calor.

En la actualidad, los jardines conservan prácticamente la distribución planteada originalmente, con apenas algunas modificaciones. Aún hoy presentan una biodiversidad destacada, con unas sesenta variedades de árboles (algunos datados en los primeros años del hospital) y distintas plantas aromáticas. También unas cincuenta especies de aves viven o hacen escala en este entorno durante sus rutas migratorias. Entre los árboles destacan catorce naranjos de la variedad amarga, que según la época del año pueden encontrarse en flor (con su correspondiente aroma intenso), con pequeños frutos verdes o cargados de naranjas maduras. Además, se pueden ver plantas de lavanda y romero, invitando a acercarse para disfrutar de sus fragancias. En el centro del jardín se erige una reproducción de la cruz del edificio del Raval, perteneciente al antiguo hospital de la Santa Creu.

Al avanzar por el recorrido se llegará al segundo pabellón del ala de levante, el de Sant Leopold que también fue levantado entre 1902 y 1912. Fue dedicado a san Leopoldo en honor a Leopold Gil Llopart, familiar de Pau Gil y administrador del hospital. Diseñado por Domènech i Montaner como un edificio de una sola planta para medicina general masculina, se sitúa frente al pabellón del Carmen, con el que comparte simetría y una cúpula idéntica. Destacan sus esculturas de san Leopoldo y san José, obra de Eusebi Arnau, quien tomó al propio Leopoldo Gil Llopart, su amigo, como modelo para la figura de san Leopoldo, además se dice que la pequeña iglesia que sostiene (un atributo habitual de este santo) podría ser una representación de la torre del reloj del pabellón de Administración, en alusión a las complicaciones que su construcción generó a Llopart durante su gestión. A lo largo del tiempo, este pabellón ha sufrido numerosas modificaciones, especialmente por la adición de un ala completa en su lado sur.

Entre los pabellones de san Leopoldo y el del Carmen se ubica, en el centro del patio, la Casa de Operaciones, el antiguo bloque quirúrgico, donde también la cerámica, el vidrio y la luz eran parte activa de la higiene hospitalaria. Los quirófanos estaban situados en la parte superior para recibir luz natural cenital, considerada esencial para las operaciones antes de la iluminación eléctrica moderna. Es visitable la sala del quirófano principal del hospital, llamada anfiteatro por su forma semicircular. Los estudiantes podían situarse detrás de la barandilla para observar al cirujano jefe mientras trabajaba y así aprender de sus procedimientos, tal como lo hacían los futuros médicos y otros profesionales en el pasado.

El espacio recibía abundante luz natural, un elemento esencial a comienzos del siglo XX, cuando la electricidad aún era inestable y una operación no se podía arriesgar a quedarse a oscuras. La franja exterior acristalada estaba recubierta de alabastro (un tipo de mármol translúcido) que permitía que la luz entrara, pero evitaba la visión directa hacia el interior. En la actualidad podemos ver aquí expuestos el símil de un mapa hecho con tinta sobre papel vegetal de 1908 del entramado de viguetas que sostienen el lucernario y dos maquetas de trabajo, una del pabellón de Nuestra Señora de la Mercé y otra del pabellón de san Leopoldo.

El siguiente pabellón visitable (no todos se encuentran abiertos) es el de Sant Rafael, destinado a pacientes masculinos y especializado en traumatología. Fue el primero que se levantó durante la segunda etapa de edificación del recinto hospitalario, entre los años 1914 y 1918. Esta nueva fase comenzó después de finalizar el legado de Pau Gil, que había permitido la construcción de diez pabellones en 1911. Las obras de esta etapa se prolongaron hasta bien entrada la década de 1930 y dependieron de nuevas fuentes de financiación. Su construcción fue posible gracias al legado de Rafael Rabell i Patxot y de su hija, Concepció Rabell i Cibils. Por este motivo, el pabellón recibe su nombre y presenta elementos ornamentales distintos del resto, especialmente en comparación con el de la Mercè, situado justo enfrente. Las iniciales P y G, que son habituales en la decoración vinculada a Pau Gil, aparecen sustituidas aquí por la letra R, tanto en cerámica como en escultura, dentro y fuera del edificio.

Este edificio fue el último que Domènech i Montaner pudo dirigir íntegramente, manteniendo la idea de conjunto hospitalario que había iniciado con los pabellones anteriores. Se sitúa frente al de la Mercè, con el que guarda simetría volumétrica. Las esculturas, obra de Eusebi Arnau, ocupan las fachadas principal y posterior: en la primera se representa a san Rafael acompañado de Tobías, quien, siguiendo sus consejos, capturó un pez cuyas vísceras le permitieron ahuyentar al demonio que estaba enamorado de su futura esposa, episodio recogido en el Libro de Tobías. Como dato curioso, la cara de Tobías es de Ricard, uno de los hijos de Domènech i Montaner que murió con veintitrés años de una bronconeumonía en 1915, cuando se estaba construyendo este pabellón. En la parte posterior aparece la figura de una santa no identificada, posiblemente una representación de la Inmaculada Concepción, en clara alusión a la hija de Rabell, por la postura orante de las manos.

La cúpula de la rotonda, idéntica en forma a la del pabellón de la Mercè, se diferencia por el diseño cromático de la cerámica exterior, donde se combinan cruces y formas en aspa. Rodeando la cúpula podemos ver gárgolas y diversos animales y seres fantásticos, presentes en todos los pabellones y que forman parte del abundante simbolismo que impregna todo el recinto. Los animales, especialmente aquellos con sus crías, representan la vida, mientras que las figuras monstruosas aluden a la muerte o la enfermedad. Por otro lado, en la segunda mitad del siglo XX se añadieron ampliaciones en la zona sur.

En su interior destaca una cuidada decoración cerámica situada sobre las ventanas de la sala destinada a los enfermos. Al fondo se ha realizado una recreación histórica de una sala de hospital de los años 20 del siglo XX. Cada sala principal acogía a veintiocho pacientes, una capacidad que se repetía en todos los pabellones. Además de ver las camas alineadas con estructuras de hierro en aquella recreación, merece la pena observar los grandes ventanales que garantizaban la ventilación, las baldosas cerámicas que facilitaban la limpieza, la calefacción por radiadores, y los pequeños detalles como botiquines, material quirúrgico y ropa de la época. Además, gracias a la exposición de paneles y fotografías se aprenderá más sobre el avance que supuso este hospital, uno de los más modernos del mundo cuando se inauguró.

Además, gracias a su exposición permanente, se podrá conocer cómo era la Barcelona de los años 1920, las características arquitectónicas del pabellón y el tipo de medicina que se practicaba cuando se inauguró el edificio. También vemos aquí un altar, como los que disponían cada pabellón, ya que el hospital estaba gestionado por una orden religiosa y era de propiedad compartida entre la Iglesia y el Ayuntamiento. Con el crecimiento de la ciudad y la evolución de la práctica médica, estos espacios fueron adaptándose y, por falta de espacio, muchos interiores se dividieron en más plantas o se ampliaron con construcciones anexas. Con el tiempo, el diseño original de Domènech i Montaner quedó alterado y perdió parte de su luminosidad, pero la restauración reciente ha recuperado sus volúmenes y elementos decorativos originales.

De nuevo en el exterior, el siguiente que encontramos es el pabellón de Sant Manuel (no visitable) construido en 1923. El diseño original correspondió a Lluís Domènech i Montaner, pero la obra fue concluida por su hijo, Pere Domènech i Roura, quien asumió la dirección del conjunto hospitalario tras el fallecimiento de su padre ese mismo año. En los planos iniciales aparecía como IV-E (es decir, el cuarto pabellón del sector este) y estaba previsto para acoger el servicio de cirugía general masculina. Igual que el pabellón de Montserrat, cuenta con dos plantas y un semisótano; sin embargo, pese a encontrarse colocados uno frente al otro, no presentan una simetría total como sí ocurre en otros pabellones.

Una muestra evidente de esta falta de simetría se aprecia en el cierre de la rotonda: en Montserrat, la planta baja incorpora arcos trilobulados, un recurso inexistente en el resto del conjunto, mientras que en san Manuel se mantiene el arco apuntado característico de los pabellones de una altura. También varía el diseño del balcón de la fachada principal y la posición de la imagen del santo patrón, situada debajo del balcón y no sobre él.

Al igual que sucedió con el pabellón de san Rafael, la construcción del de san Manuel fue costeada directamente por sus benefactores: los hermanos Agustí, Pere, Dolors y Mercè Mariné i Molins, quienes donaron 500.000 pesetas para erigir un edificio en memoria de su hermano fallecido, Manuel Mariné i Molins, razón por la cual recibió esta dedicación. En cuanto a la decoración, destacan la escultura de san Manuel, realizada por Eusebi Arnau, y las barandillas caladas de las azoteas, en las que aparece la letra M en lugar de la G habitual del resto de pabellones. Asimismo, los diseños formados por las tejas de la torre de agua y de la cúpula de la rotonda son exclusivos de este edificio. El exterior del pabellón se ha conservado de manera ejemplar, manteniendo prácticamente intacto su aspecto original.

Llegamos ya al pabellón Central que recibe este nombre por su situación estratégica en el corazón del conjunto hospitalario, ocupando el punto medio del cuadrado formado por los terrenos del recinto. Su construcción, realizada entre 1922 y 1930, dio como resultado tres volúmenes unidos entre sí, concebidos para alojar el convento de las hermanas hospitalarias y los espacios dedicados a la cocina y la farmacia del hospital. Este pabellón se construyó con un presupuesto reducido, lo que condicionó el desarrollo del proyecto. Pere Domènech i Roura, que había sustituido a su fallecido padre, se vio forzado a adoptar un lenguaje arquitectónico mucho más sobrio y a renunciar a buena parte de la ornamentación característica del modernismo. El resultado fue un estilo que conservaba las formas y materiales propios del modernismo, pero sin la profusión de elementos decorativos, como cerámica, forja o escultura, y que acabaría definiéndose como un estilo ecléctico.

Para levantar el pabellón Central, Pere Domènech i Roura tomó como base el proyecto que su padre había concebido años antes: un gran volumen conventual con dos alas simétricas, enlazadas mediante puentes elevados que permitían que la avenida central siguiera discurriendo bajo ellos. Aquel edificio principal estaba organizado en torno a un patio accesible por un pórtico, albergando las dependencias del convento y una imponente capilla de tres naves, y rematada por una torre con aguja que debía mantener un diálogo visual con la del Pabellón de la Administración. En aquel proyecto, a ambos lados, las alas de cocina y farmacia dispondrían de sus propios hornos y chimeneas y se articularían alrededor de amplios espacios centrales iluminados a través de galerías; incluso el desnivel del terreno en el ala oeste se resolvía con un foso perimetral para garantizar luz y aire.

Sin embargo, cuando Pere Domènech i Roura tomó las riendas de las obras, la realidad económica obligó a replantear aquella idea. Conservó la estructura general y hasta amplió ligeramente las alas laterales, pero la falta de recursos redujo la ornamentación y la monumentalidad previstas. La capilla perdió dos de sus naves y su altura, la torre con aguja desapareció, y las alas renunciaron a los hornos. La construcción avanzó por fases, siempre pendiente de los fondos disponibles, y tuvo que concluirse con rapidez. Incluso se sacrificó un piso entero en los cuerpos laterales para evitar más gastos. Paradójicamente, uno de los rasgos más característicos del pabellón surgió de forma casi accidental, impulsado por las transformaciones urbanas asociadas a la apertura de la Vía Layetana.

Iniciamos ya la visita de los pabellones del lado oeste, comenzando con el de la Mare de Déu de Montserrat, el cual forma parte del conjunto de diez edificios que se levantaron al mismo tiempo durante la primera fase de construcción del recinto del hospital de Sant Pau, entre 1902 y 1912. También fue diseñado por Lluís Domènech i Montaner y, en un inicio, se identificó como IV-O, ya que era el cuarto y último pabellón del ala Oeste. En su concepción original debía funcionar como pabellón femenino de cirugía general. El pabellón de Montserrat destaca respecto a otros edificios del ala de mujeres porque cuenta con un nivel adicional, aunque mantiene la estructura típica de los pabellones de una planta y una sala. En cuanto a la ornamentación, comparte elementos decorativos característicos como barandillas, baldosas y medallones con la letra G de Pau Gil.

Sobresalen también las esculturas de Eusebi Arnau situadas en los accesos: la imagen de la Virgen de Montserrat sobre el balcón de la entrada principal y la de santa Rosa de Lima bajo un dosel en la fachada posterior. Las cubiertas también presentan variaciones respecto a las de otros pabellones de una sola planta. Además de los dibujos realizados con tejas de colores, distintos para cada edificio, la cúpula de la rotonda es más elevada, lo que le da un perfil alargado y ovoide. Por su parte, el tejado de escamas de la torre del agua adopta una forma cóncava que le proporciona una apariencia más estilizada. En general, el pabellón se ha conservado bien por fuera, aunque sólo se ha añadido en la azotea de la fachada principal una estructura cilíndrica, probablemente destinada a albergar algún tipo de depósito.

Le sigue el pabellón de la Merced, también construido en la primera etapa del recinto, cuya función principal era la de acoger el área de ginecología. Uno de los elementos más distintivos es la cúpula de la rotonda, tanto por su diseño como por su ornamentación, claramente distinta de las del resto de pabellones. El perfil curvo inicia su elevación desde un punto más bajo que en otras construcciones, aunque termina alcanzando la misma altura final. Debido a ello, los pináculos que coronan los pilares que rodean la cúpula resultan más altos. Entre estos pináculos la superficie de la cúpula está adornada con medallones de piedra que contienen trifolios de mosaico en tonos azules. Las tejas cerámicas crean un juego de colores donde predominan los ocres, mientras que, en la zona inferior, alrededor de los medallones, resalta el rojo.

Cabe recordar que durante algunos años de la década de 2000 la cúpula estuvo parcialmente derruida y sostenida por andamios, aunque tras las recientes labores de restauración se ha recuperado su aspecto original. De igual manera, en el ámbito ornamental, también sobresalen las G que decoran las barandillas de las azoteas, los mosaicos de la torre de aguas y las esculturas de Eusebi Arnau que flanquean las entradas: una imagen de la Mercè en la fachada principal y otra de santa Anna en la posterior.

En lo relativo a su conservación, ya se había intervenido en el edificio a finales de los años setenta y principios de los ochenta. La adaptación del pabellón para albergar el servicio de obstetricia permitió restaurar su interior, actuación realizada por los arquitectos V. Argentí Salvado, A. González y J. L. González. De manera paralela, en 1981 también se adecuaron los jardines que rodean el edificio. A pesar de ello, la planta que acogía las camas de las enfermas espera en la actualidad una rehabilitación que le devuelva su antiguo aspecto. Es aquí donde vemos los efectos de eliminar elementos y baldosas que se hizo a lo largo del tiempo para ganar espacio y poder añadir más camas. Hoy en día, el exterior del pabellón de la Mercè conserva fielmente la apariencia con la que fue concebido originalmente.

Entre los pabellones de Sant Rafael y de la Mercè, más o menos en el centro del jardín, se sitúa la entrada norte a los túneles, a través de la cual se pueden acceder a ellos para visitar esta zona del complejo. La necesidad de asegurar una atención ágil y eficiente, así como de mejorar los desplazamientos de pacientes y personal médico, llevó a crear un entramado de túneles subterráneos. Esta red, que supera el kilómetro de longitud, no solo servía para distribuir a cada pabellón las instalaciones de vapor, agua, gas y electricidad, sino que también garantizaba una comunicación constante entre ellos. Gracias a estos pasadizos se podían gestionar con facilidad los servicios internos del Hospital, como el reparto de comida y ropa, el abastecimiento de farmacia o el traslado de enfermos.

Como estos pasillos siguen la pendiente ascendente del terreno, Domènech ideó un sistema para evitar inundaciones, mediante un sistema de recogida de aguas. Por otro lado, para que la luz natural entre al interior situó lucernarios en cada cruce que, desde fuera, se ven como plataformas elevadas rodeadas de bancos. En esas galerías subterráneas se podrá ver en la actualidad una serie de paneles con fotografías históricas e información de la evolución del complejo.

Volvemos a la superficie donde veremos el siguiente pabellón del ala oeste destinado a las mujeres, el de la Mare de Déu del Carme que, construido entre 1902 1912, sigue el esquema simétrico del conjunto. Este edificio es el segundo pabellón quirúrgico del ala oeste (indicada originalmente como II-O) que contaba con una sala de hospitalización, concebida inicialmente para 28 camas, y un nivel semisoterrado que acogía los servicios auxiliares y un pequeño laboratorio, además de pequeñas estancias de aislamiento situadas en la parte posterior. En su concepción inicial estaba destinado a acoger enfermas de medicina general y a partir de los años sesenta pasó a acoger el Servicio de Patología Digestiva. Como sucede con el resto de pabellones asistenciales, presenta rasgos propios que lo diferencia del resto, especialmente en los elementos de las cubiertas y en la cúpula de la rotonda. Esta cúpula adopta una forma muy singular: desde un punto central ligeramente elevado parten once nervaduras radiales que la estructuran.

En el ámbito escultórico sobresalen las figuras de la Virgen del Carmen, situada en el acceso principal, y la de santa Teresa en la entrada posterior, ambas obras de Eusebi Arnau. Además de diversas modificaciones internas, a lo largo del siglo XX se efectuaron intervenciones que alteraron su aspecto exterior, como la incorporación en 1945 de un nivel adicional en la parte posterior o la elevación del tejado en el cuerpo frontal. En su interior vemos hoy las paredes desnudas, sin restos de revestimientos cerámicos, junto con las marcas de las diversas intervenciones estructurales (como la adición de una planta más) realizadas con el tiempo para ampliar la capacidad y alojar a más enfermos, además la cubierta se ha cubierto con una red de protección para evitar la caída de las tejas verdes y blancas con motivos vegetales, lo cual refleja el minucioso trabajo de rehabilitación que sigue realizándose en el Recinto Modernista.

A continuación se encuentra el pabellón dedicado a la Inmaculada Concepción, conocido también como el de la Purísima, que también fue construido durante la primera fase constructiva del hospital. En sus inicios estuvo destinado a la cirugía especializada para mujeres. Su diseño responde al modelo de pabellones quirúrgicos de una sola planta y una gran sala, según el cual, el edificio dispone de una larga sala de hospitalización con capacidad para 28 pacientes, cubierto por un tejado a dos aguas. En la parte posterior se conecta con un espacio de cubierta plana donde se situaban las salas de aislamiento, mientras que en la parte frontal se añadió otra construcción con los baños y el despacho médico.

En la fachada principal de este conjunto se adosan dos elementos característicos: la torre del agua y una rotonda que hacía las funciones de sala de día. El nivel inferior, semisoterrado, estaba destinado a servicios como la calefacción y la ventilación. En el ala oeste, donde la pendiente del terreno dejaba este piso totalmente enterrado, se crearon fosos laterales para permitir la entrada de luz natural. Seis pabellones siguen este mismo planteamiento arquitectónico, aun así, Domènech i Montaner evitó que fueran idénticos, incorporando en cada uno detalles decorativos propios: los más llamativos aquí son los motivos cerámicos en los tejados y cúpulas, las rotondas y la ornamentación escultórica de las entradas.

La fachada principal cuenta con la escultura de la Inmaculada Concepción dentro de una hornacina y acompañada por dos ángeles, mientras que la entrada posterior está presidida por una imagen de santa Margarita. Todas estas esculturas, así como el resto de la decoración ornamental, también fueron realizadas por Eusebi Arnau. La cúpula de la rotonda incorpora cruces de Malta, y las barandillas de las azoteas muestran una serie de letras G, en referencia a Pau Gil. Este pabellón es uno de los que menos alteraciones ha sufrido con intervenciones contemporáneas, al menos en su exterior, por lo que su aspecto actual se mantiene muy fiel al diseño original. Por su parte, en su interior se ha adaptado una exposición en la que se explica el proyecto de rehabilitación del Recinto Modernista, tanto los ya efectuados como los que quedan por hacer.

Nos queda por visitar uno de los edificios más impresionantes del recinto Modernista de san Pau: el pabellón de Administración. Pero antes de fijarnos en él, merece la pena detenerse un momento en los dos pabellones situados a ambos lados del edificio, destinados a la observación de pacientes recién llegados y al tratamiento de posibles casos contagiosos: el pabellón de Sant Jordi, en el lado este, para hombres, y el de Santa Apolonia, en el lado oeste, para mujeres. Aunque fueron construidos en la primera etapa (entre 1905 y 1912), el aspecto que presentan hoy no coincide con su diseño original, sino con las modificaciones realizadas entre 1956 y 1957, las cuales se llevaron a cabo en momentos distintos, lo que explica la pérdida de simetría entre ambos edificios, a pesar de lo cual se ha mantenido en gran medida la estética inicial.

El Pabellón de la Administración, también diseñado por Lluís Domènech i Montaner, fue el primero en levantarse entre 1905 y 1910. Fue concebido como la entrada principal al conjunto hospitalario, proyectándose con un carácter monumental visible tanto en su estructura como en su rica ornamentación. El edificio se organiza en un cuerpo central coronado por una imponente torre del reloj y dos alas laterales que enmarcan la escalinata de acceso. Su decoración incluye esculturas de Eusebi Arnau, relieves de Pau Gargallo y mosaicos de Francisco Labarta y Mario Maragliano, además de un notable trabajo de forja en el cerramiento exterior. A lo largo del siglo XX el pabellón sufrió numerosas alteraciones, desde daños ocasionados durante la Guerra Civil Española hasta intervenciones posteriores destinadas a optimizar el espacio, como la apertura de nuevas ventanas o la creación de niveles intermedios, que modificaron significativamente su apariencia. Sin embargo, en los últimos años se trabajó en restaurar su aspecto original.

Al entrar al interior, lo primero que vemos es el vestíbulo, amplia sala cubierta por nueve bóvedas que se encuentran revestidas con piezas cerámicas rosadas y sostenidas por cuatro columnas de mármol, cuyos basamentos y capiteles de piedra lucen ornamentación vegetal. Dado que se trata del primer ámbito que recibe al visitante desde el acceso principal, Domènech aprovechó el lugar para narrar de forma simbólica la trayectoria de los hospitales unificados, decorando las bóvedas con una notable concentración de escudos heráldicos (en total se pueden contabilizar treinta y seis). Gran conocedor de la heráldica, el arquitecto recurre a ese lenguaje visual para contar al visitante los antecedentes históricos y el marco en que se levantó el edificio, rindiendo homenaje tanto a la institución de la Santa Creu como al legado del mecenas Pau Gil.

La disposición de estos emblemas no responde al azar, sino que se organiza siguiendo un programa iconográfico específico: bajo las bóvedas del Hospital de la Santa Creu y Sant Pau, la historia del lugar se lee en silencio a través de sus escudos. En lo alto, los símbolos de la Catedral y de la Ciudad de Barcelona recuerdan la alianza que en 1401 dio origen al antiguo Hospital de la Santa Creu, mientras que la cruz de Sant Jordi y los cuatro palos evocan la identidad catalana y el impulso del rey Martí I.

En las bóvedas de las esquinas vemos los emblemas que hablan de Pau Gil, el benefactor que siglos después haría posible el hospital de Sant Pau: su apellido convertido en escudo, las armas de Barcelona y París, las ciudades que marcaron su vida, y el sello de la Banca Gil, con su león y el lema “La dicha en la honradez”. Finalmente, en las bóvedas laterales se situaron los escudos del viejo hospital y del nuevo, diseñados por Domènech i Montaner, que sellan la unión de ambas instituciones. El alfa y el omega, como un susurro simbólico, señalan el inicio y el final de las obras del pabellón de la Administración, cerrando así un relato arquitectónico que resume siglos de historia.

Además, aquí en el vestíbulo, concretamente bajo la escalera principal, Domènech i Montaner quiso hacer un homenaje a las comunidades religiosas que durante siglos cuidaron de los enfermos, por ello mandó colocar ahí dos esculturas: un hermano y una hermana de Santa Cruz con sus atuendos tradicionales realizados por Pau Gargallo en 1905 (aunque las figuras actuales no son las originales). La estatua femenina posee hábito de monja, rosario, una taza de caldo y un frasco de medicina, mientras que la masculina sostiene un matraz farmacéutico. Sin embargo, al principio se cometió un error: se representó a la hermana con el hábito de las Hijas de la Caridad de San Vicente de Paúl en lugar del de la comunidad local.

La confusión quizá se debió a que esa orden francesa había trabajado brevemente en el hospital en el siglo XVIII. El error pasó inadvertido durante años y las figuras originales aún aparecían en una postal de 1929. No existen documentos sobre su sustitución, pero debió hacerse entre esa fecha y los inicios de la Segunda República, antes de que la Guerra Civil expulsara a las congregaciones religiosas del centro. Desde aquí nace la magnífica escalera noble que pone de manifiesto, de manera muy clara, cómo se integran la arquitectura y la ornamentación. El cupulino que la cubre es un vitral que responde a uno de los principios fundamentales del Modernismo y del propio Domènech: conceder a la luz y al color un papel esencial en el espacio.

Subimos por las escaleras y llegamos al primer piso, donde se encuentra el despacho de la Muy ilustre Administración del hospital de la Santa Creu i Sant Pau. Desde su creación en 1401, la gestión del hospital estuvo en manos de una administración integrada por dos representantes del Consejo de Ciento de la ciudad y dos miembros del Cabildo Catedralicio. Este grupo se reunía cada semana, siempre con la presencia de un secretario, para supervisar y dirigir el funcionamiento de la institución. En 1929, con el traslado de la actividad al nuevo conjunto de pabellones y el abandono del antiguo edificio gótico, la sala donde se reunía la Muy Ilustre Administración se instaló en este lugar, conservando el mobiliario original del hospital antiguo.

El espacio permaneció prácticamente igual hasta 1966, año en que se designa a un director general para encargarse de la labor asistencial, momento en que la sala pasa a convertirse en su despacho. Entre aquel antiguo mobiliario vemos, entre las obras pictóricas, “Jesús entre los doctores”, “Bodas de José y María” y la “Presentación de Jesús”, las tres pertenecientes la escuela de Antoni Viladomat de principios del siglo XVIII. Entre los muebles destaca la lámpara de araña del siglo XIX, una mesa de farmacia con el escudo del hospital datada de alrededor del 1920, un armario aparador del siglo XVIII, etc. Entre los objetos destacan un terminal de teléfono interno de alrededor de 1930, una pequeña escultura de un san Jorge matando al dragón de finales del siglo XIX, etc.

Llegamos ya a la estancia más importante del pabellón de la Administración: la sala de Actos, actualmente conocida como sala Domènech i Montaner. La primera impresión al entrar en ella es la imponente altura del espacio (casi 18 metros) y el esplendor de las bóvedas decoradas con mosaicos de vivos colores. Dos grandes arcos de diafragma transversales, construidos en ladrillo visto y rematados con nervaduras de piedra, dividen la sala en tres tramos. Sus medallones alternan la “G” de Pau Gil con la cruz patente, acompañados por los escudos de Barcelona, Cataluña y los Hospitales. Estos arcos se sostienen sobre cuatro columnas aisladas, recubiertas de teselas cerámicas con motivos florales únicos en cada una. Los arrimaderos, también de mosaico, están coronados por una cenefa diseñada por Francesc Madurell y realizada por Pujol i Bausis. Sobre la puerta que comunica con la antesala se encuentra un bajorrelieve de Sant Jordi venciendo al dragón, flanqueado por dos figuras heráldicas bajo doseles, obra de Pau Gargallo.

En el extremo opuesto destaca un gran ventanal con vidrieras de Rigalt, Granell y Cía, donde se reproduce el escudo del hospital de la Santa Cruz y que ofrece vistas al eje central del recinto. La cabecera de la sala está revestida por un mosaico que simula cortinajes ornamentados, bajo cinco pequeños doseles pétreos. Sobre ellos se levanta una estructura semejante a una galería-capilla con cinco arcos trilobulados. Es aquí donde, tras los tres arcos centrales, se colocó un Cristo Crucificado tras la Guerra Civil Española, cuando la Junta del Hospital decidió reinstalar los crucifijos y encargó esta obra a la Casa Rius Arte Religioso, probablemente fue realizado por Claudi Rius Garrich, cuyo estilo muestra la influencia de Bruguera. La escultura, con acabado imitando metal. En la parte superior de la galería-capilla, otro relieve de Gargallo muestra el escudo de los Hospitales reunidos, sostenido por ángeles y enmarcado por un arco ciego con ladrillo y piedra decorada con arabescos, inspirado en la puerta de san Esteban de Córdoba.

El elemento más sorprendente de esta estancia es la baranda superior en forma de U, decorada con filigrana de piedra en caligrafía gótica, donde puede leerse una invocación en catalán que dice: "Amparad, Señor, a los benefactores y a los asilados de esta Santa Casa así en la tierra como en el Cielo e inspirad sentimientos de caridad hacia ella. Amén.". Desde la galería abierta que da acceso a esta grada, situada sobre la antesala, se distingue una estancia central bajo la torre del reloj, decorada con un elaborado mosaico de Mario Maragliano que combina los emblemas de los Hospitales y las iniciales de Pau Gil. Son visibles desde la sala dos grandes arcos de ladrillo y piedra que se entrecruzan en la cubierta formando una cruz rodeada por cuatro conchas cubiertas de mosaico policromado.

Y precisamente fue aquí, en la sala de Actos donde, el 16 de enero de 1930, Alfonso XIII inauguró oficialmente el hospital de la santa Cruz y san Pablo. En aquel momento, la sala únicamente estaba adornada con algunas alfombras, no siendo hasta junio del mismo año cuando se puso en uso por primera vez el mobiliario diseñado por Pere Domènech i Roura, junto con la nueva iluminación, la gran escalinata y el vestíbulo. En el extremo opuesto de la presidencia se encuentra una destacada pintura de Aleix Clapés (1846-1920) titulada “Traslado de los restos de santa Eulalia desde la iglesia de santa María del Mar a la Catedral”. Clapés, artista versátil que también diseñaba mobiliario, colaboró gratuitamente en la decoración del vestíbulo y la escalera del antiguo manicomio de santa Cruz. Falleció el 17 de diciembre de 1920 mientras trabajaba en este proyecto. Al conocer las dificultades económicas de su familia y en reconocimiento a las aportaciones del artista, la Administración decidió adquirir la obra en 1921, instalándola aquí debido a su gran formato.

Si ahora bajamos la escalera y nos caminamos por el pasillo que discurre por la pared izquierda se podrá llegar a la zona baja del auditorio de la sala Pau Gil, espacio de dos niveles que con sus 245 m² puede albergar hasta 190 asistentes. Destaca por su gran valor estético, gracias a la colorida cerámica que adorna el techo de estilo gótico y a las dos imponentes columnas que la enmarcan. Originalmente aquí se encontraban la Secretaría y el Archivo del hospital (uno de los más antiguos de Europa, conservando documentos que abarcan desde el siglo XV hasta el siglo XX). Aunque Domènech i Montaner había previsto que allí se custodiaran los documentos históricos del hospital, la sala no se habilitó hasta después de su muerte. Su hijo, Pere Domènech, diseñó los armarios y propuso una galería elevada para futuras ampliaciones. Desde los años 50, el espacio se transformó debido a las nuevas necesidades del hospital, dividiéndose en niveles y redistribuyendo la documentación. Tras la rehabilitación del recinto, recuperó su altura original, pero no su función archivística.

En el extremo del ala de levante del pabellón de la Administración se encuentra la conocida como Sala Cambó, una estancia que mide 10 por 20 metros y 12 metros de altura, que Lluís Domènech i Montaner proyectó originalmente como Biblioteca Médica y Museo Anatómico del hospital. Se trata de un espacio funcional, con una ornamentación discreta: paredes de ladrillo visto pintadas en tono claro y un sencillo friso floral en el nivel superior. A nivel escultórico sólo destacan dos ménsulas de piedra que sostienen columnas decoradas con relieves vegetales y coronadas con capiteles florales. Estas columnas soportan un arco de diafragma de ladrillo naranja que divide la estancia.

La sala cuenta con cuatro grandes ventanales que aportan abundante luz, y la vidriería apenas utiliza color para no restar luminosidad. La decoración de los maineles es muy sobria, con pequeños paneles en relieve de motivos vegetales, las iniciales P y G de Pau Gil y algunos animales esporádicos. El carácter austero del conjunto cambia totalmente al mirar hacia el techo, donde destacan dos impresionantes bóvedas de inspiración mudéjar, elaboradas con lacerías de ladrillo y casetones cerámicos. Domènech se basó en la histórica cúpula alboaire de la capilla de san Jerónimo en Toledo, replicando incluso la disposición de sus casetones.

En el centro de cada cúpula se inscriben las fechas de inicio y finalización del pabellón (1905 y 1910). El resto de la decoración se organiza en círculos concéntricos con motivos florales y los emblemas de distintas instituciones vinculadas al hospital. En el borde de las cúpulas aparecen casetones cerámicos con un león pasante, probablemente relacionado con la Banca Gil. En las esquinas se utilizaron mocárabes cerámicos inspirados en los del salón de Embajadores del Alcázar de Sevilla. El ceramista Mario Maragliano realizó estos trabajos entre febrero y abril de 1910.

Aunque la sala se construyó en la primera fase constructiva del hospital de Sant Pau (1902-1912), no se planteó su uso real hasta 1926, cuando se pidió definir las estanterías y vitrinas necesarias. Finalmente, en 1929 se presentaron los planos y el presupuesto de los muebles, que ascendía a 2.533 pesetas de la época. Debido a la altura del espacio, Pere Domènech i Roura, el hijo del arquitecto original y responsable de las obras, propuso crear una galería superior para acceder a los ventanales y facilitar su mantenimiento, dejando abierta la posibilidad de ampliarla en el futuro. Esta misma idea, como ya hemos visto, se aplicó a la sala gemela destinada a Secretaría y Archivo, ubicada en el ala de poniente.

La Biblioteca del Hospital reunió principalmente libros de medicina, aunque también conservó una notable colección humanística, en parte gracias a donaciones como la de Lluís Faraudo de Saint Germain. En 1958, al instalarse un Colegio Mayor en el pabellón de la Administración, el edificio se transformó profundamente y la Biblioteca quedó dividida en dos plantas. Aun así, siguió siendo la Biblioteca Central Médica hasta 1969, cuando se trasladó a un espacio más moderno y accesible en el pabellón Central. La antigua sala pasó a guardar únicamente fondos históricos. Con el tiempo se produjo la confusión de que allí se custodiaba el legado de Francesc Cambó. En realidad, la donación económica que Cambó dejó al hospital en 1946 se destinó en 1959 a financiar el Colegio Mayor que llevó su nombre. En 1980 se colocó una placa que la bautizó como “Biblioteca Cambó”. Actualmente, con la retirada del piso añadido en 1959, la sala ha recuperado su aspecto original y mantiene el nombre de Sala Cambó.

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