Esta prisión se encuentras situada justo debajo del Great Hall, ocupando las bóvedas que se construyeron en el siglo XV sobre una zona irregular, para conseguir así una plataforma plana para la Crown Square. Las bóvedas han tenido varias funciones a lo largo de su historia: almacenes militares, parte del arsenal, cuartel de soldados, panadería y prisión civil y militar.
La exposición se centra en los prisioneros de guerra que hubieron aquí entre los siglos XVIII y principios del XX. En abril de 1757, durante la Guerra de los Siete Años que enfrentó a Gran Bretaña y Francia, el HMS Solebay de la Marina Real capturó un barco francés, el Chevalier Barte. El barco fue enviado al puerto de Edimburgo y los 78 miembros de su tripulación fueron llevados hasta el castillo, donde se convirtieron en los primeros prisioneros de guerra.
Comenzamos el recorrido con la exhibición de antiguas puertas de la cárcel en las que, a lo largo de los años, los presos han escrito y dibujado diferentes grafitis. Estas inscripciones dan fe de la identidad y procedencia de varios de sus prisioneros, como así lo atestiguan los nombres tallados en las puertas: Ducátez fue un reo español; Garrick presumiblemente fuese estadounidense o británico; Lefevre es un nombre de origen francés, etc... Estos hombres fueron marineros del barco francés Le Rohan Soubise, en el contexto de la Guerra de Independencia Norteamericana.
Casi todos los prisioneros eran marineros, por ello no es de extrañar que uno de los motivos más repetidos en los grabados de las puertas sean barcos. Navegaron en varios tipos de naves, las más comunes son los bergantines de dos palos y los de vela de un solo mástil. Ambas naves eran rápidas y capaces de transportar una gran carga, tanto de hombres como de bienes.
En aquella época los corsarios viajan en sus barcos con una licencia otorgada por su gobierno para capturar buques enemigos. La principal diferencia entre un pirata y un corsario, es que aquél lo hacía por beneficio propio, saltándose la ley, mientras que el corsario lo hacía legalmente en tiempos de guerra para debilitar a una nación enemiga. Algunos de los prisioneros de esta cárcel eran corsarios de países enemigos.
Pero muchos de estos presos eran también auténticos artesanos de gran talento, capaces de crear con los pocos materiales que disponían (paja de colchones, huesos de la comida, incluso otros materiales traídos por los clientes), de verdaderas obras de arte. Es el caso de la maqueta del barco HMS St. George elaborado por los prisioneros franceses en 1760 y comprado por el duque de Atholl, expuesto en una sala junto a otras artesanías (incluido logradísimos billetes falsos).
Nos detenemos ahora en un panel muy interesante sobre las condiciones de vida de los prisioneros en esta cárcel, las cuales estaban reguladas por ley, viviendo, por lo general mejor que los presos comunes. Cada reo recibía una ración diaria de comida, contaban con asistencia médica, con ropa y pasatiempos. Todos estos conceptos vamos a ampliarlos más adelante.
Un largo pasillo nos cuenta cronológicamente los acontecimientos durante la historia de estas cárceles. Tres grandes guerras yacen bajo la sombra de esta prisión: la Guerra de los Siete Años (1756 - 1763), la Guerra de Independencia Norteamericana (1776-83) y las Guerras Napoleónicas (1793 - 1815). Durante la Guerra de Independencia Norteamericana, hubo aquí más gente que en cualquier otro momento. Se hacinaban más de 600 franceses, casi 100 españoles, varios holandeses y unos 30 estadounidenses. Hay que mencionar que Francia, España y Holanda apoyaban la independencia de los estadounidenses. Durante las Guerra Napoleónicas las bóvedas acogían en su mayoría a franceses y por primera vez a soldados.
En el extremo, se encuentra el lugar donde estaba el horno de pan. Fue construido con ladrillos, era de gran tamaño y tenía una forma redondeada. Se construyó tras el Levantamiento Jacobita de 1708, cuando estas bodegas pasaron de ser almacenes militares a cuarteles de soldados. EL horno se retiró en 1757, cuando llegaron los primeros prisioneros de guerra. Seguimos nuestro recorrido y en nuestro camino nos vamos topando con rincones muy fotogénicos.
Y así llegamos al corazón de la prisión. Lo primero que salta a la vista son las hamacas. Algunos presos dormían de dos en dos en una plataforma de madera, pero la mayoría de ellos lo hacían en hamacas colgadas entre marcos de madera. Las leyes regulaban que cada prisionero tenía derecho a un colchón de paja y una manta. Para combatir enfermedades la paja se cambiaba regularmente y los presos debían lavar con regularidad sus hamacas y mantas.
Como hemos señalado anteriormente cada prisionero recibía diariamente una ración de comida que consistía en: 2 pintas (110 cl.) de cerveza, una libra y media (680 g.) de pan, 3/4 de libra (340 g.) de carne de ternera, media pinta (28 cl.) de guisantes cada dos días, 1/4 de libra (110 g.) de mantequilla y 6 onzas (170 g.) de queso en vez de ternera los sábados. A los norteamericanos, considerados oficialmente rebeldes, sólo recibían una libra (450 g.) de pan por día.
A todos los prisioneros se les pagaba 6 peniques al día, aunque el Estado Francés procuraba un centavo más y ropa a sus nacionales. En cuanto a la salud, cada prisión británica tenía asignado un médico. El primero de esta prisión fue John Thompson, quien regularmente atendía a los reos aquí, además de convertir una casa en Edimburgo en hospital temporal para prisioneros enfermos.
Los juegos ayudaron mucho a pasar el tiempo y sobrellevar de mejor manera el paso de los largos días de cautiverio. Los prisioneros, probablemente, se entretuvieron con juegos de ajedrez, con backgammon o tablas reales, dados, dominó, cartas... Incluso se apostarían cualquier cosa, como por ejemplo el tiempo que tardaría una rata en salir de algún agujero de la pared.
En condiciones de hacinamiento extremadamente miserables, no era inusual que las riñas se convirtieran en enemistades entres los diversos grupos de nacionalidades que convivían tan apretados. De hecho en 1781, la gran cantidad de prisioneros que había en esta cárcel, obligó al gobierno a aceptar cambiarlos por prisioneros británicos capturados por otros países. El verano de aquel año aproximadamente 500 franceses, españoles y holandeses fueron repatriados. Sin embargo con los prisioneros norteamericanos no se realizó tal acuerdo porque eran considerados rebeldes.
Un hecho interesante es que los reos que estuvieron aquí encarcelados eran, como hemos visto, marineros comunes (incluidos jóvenes grumetes, soldados, carpinteros y cocineros). A sus oficiales se les permitió salir en libertad condicional, es decir, se les permitió permanecer en un alojamiento privado.
Se han producido intentos de fuga, como aquél preso que se escondió en el estiércol pero acabó despeñándose por ladera abajo, tras ser arrojada la carga hacia el vacío, o en 1811, cuando cuarenta y nueve prisioneros de guerra lograron escapar a través de un agujero situado en el muro sur del castillo. Esta fuga fue uno de los principales motivos por el que las bóvedas del Castillo de Edimburgo dejaron de ser utilizadas como prisión desde 1814.
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