Hasta hace relativamente poco estaba aceptado que este acueducto se construyó a finales del siglo I d. C., pero recientes estudios señalan que fue levantado veinte o cincuenta años tarde, en el siglo II d.C. Esta nueva fecha ha sido posible gracias al análisis de los materiales de construcción encontrados en la base de sus pilares y provenientes de la excavación llevada a cabo en el año 1998. Los materiales que apoyan esta nueva datación son, concretamente, las cerámicas de terra sigillata hispánica y sobre todo un sestercio de Trajano, moneda que debió de ser acuñada entre los años 112 y 116.
Por tanto, según dicho estudio, este monumento se comenzó a levantarse con posterioridad a la acuñación de aquella moneda, durante la fase final del gobierno de Trajano, quien estuvo en el poder hasta el año 117 d.C., o quizás durante la época de Adriano, quien gobernó entre los años 117d.C. y 138 d.C. En conclusión, es probable que los inicios de las obras fueran en tiempos de Adriano, entre los años 112 y 116.
Sea como fuere, el acueducto fue construido para hacer llegar el agua hasta la Segovia romana, desde el río Frío en la sierra de Guadarrama, curiosamente origen también de los bloques de piedra granítica con las que se construyó. Su complejo sistema de distribución contaba con aproximadamente 17 kilómetros de longitud, repartidos en canalizaciones subterráneas y externas, que aprovechaban el ligero desnivel del terreno para que el agua corriese por inercia. La parte más monumental se encuentra en la plaza del Azoguejo, donde mide 728 metros de largo y 28,50 metros de alto. Esta parte es una de las estampas turísticas más famosas de España, además de ser el monumento romano más importante del país.
Cuenta con 120 pilares que a su vez poseen 167 arcos, los cuales están formados por bloques de granito berroqueño superpuestos entre sí sin ningún tipo de ligazón, es decir que se mantienen por la ley de la inercia: los bloques se empujan unos a los otros. Esta ingeniería romana que permitió levantar acueductos como el de Segovia era un símbolo, no sólo de la estabilidad del Imperio Romano, sino también de su progreso y esplendor.
Fueron los Reyes Católicos lo que realizaron la primera gran obra de restauración, de la que se encargó el prior del cercano monasterio de los Jerónimos del Parral, Pedro Mesa, quien respetó la obra original. En el siglo XVI se colocaron en los nichos centrales, situados a ambas caras del acueducto, las esculturas de la Virgen del Carmen y la de san Sebastián, aunque hoy en día sólo se puede apreciar la primera talla. Se sabe que originalmente uno de aquellos nichos estaba ocupado por la estatua de Hércules, quien según la leyenda fue el fundador de la ciudad.
El monumento, debido a la contaminación y la erosión de las últimas décadas del siglo XX, se deterioró de manera importante, con lo que ha pasado una época de importantes y lentas obras de limpieza y consolidación, las cuales, además, han sacado a la luz algunos canales subterráneos.
Como todos los lugares característicos, el acueducto también tiene una leyenda, según la cual este monumento fue el resultado del pacto que hicieron una joven segoviana y el diablo, ya que aquella estaba cansada de transportar el agua hasta la ciudad. Así, le propuso al maligno que, si era capaz de hacer llegar el agua hasta su casa antes del amanecer, su alma sería suya. El diablo aceptó y empezó a trabajar muy duro, pero una tormenta muy fuerte azotó la ciudad esa noche lo que hizo que se retrasase, por lo que al cantar el gallo al diablo sólo le quedaba por colocar una piedra. Por tanto, había perdido la apuesta. Los segovianos dicen que todavía se pueden ver los agujeros ocasionados por las pezuñas del diablo sobre la piedra del acueducto, aunque los arqueólogos señalan que se tratan de los huecos donde iban colocados los andamios.
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