En la plaza de los Jurats se encuentran estos baños que, aunque son conocidos como Baños Árabes, constituyen en realidad un establecimiento cristiano de los siglos XII-XIII que imita la estructura de los servicios públicos musulmanes, herederos a la vez de las termas de los romanos. Y es que ya se hablaba de la existencia de estos baños en el 1194. En el 1285, tras el asedio que sufrió Gerona por parte de las tropas de Felipe el Atrevido de Francia, el complejo es parcialmente destruido.
En 1294, Jaime II de Aragón lo cedió a Ramón de Tolrà, a cambio de que lo restaurara. Posteriormente, en 1342, pasó a manos de Arnau Sarriera, médico personal de Pedro II el Ceremonioso. Durante la Edad Media parte de los baños fueron alquilados temporalmente por la comunidad judía de la ciudad para ser utilizados como micvé, el baño ritual. En el siglo XV los baños fueron clausurados, a partir de entonces pasaron a ser propiedad de diferentes personas que le dieron diferentes usos, como cuando fueron adquiridos por una comunidad de monjas capuchinas en el 1618, momento en que se convirtieron en despensa, cocina y lavandería.
Durante el siglo XIX el complejo de los antiguos baños despertó el interés de estudiosos y grandes viajeros, lo que ocasionó que en 1929 fueran adquiridos por la Diputación de Gerona, llevándose después a cabo su restauración y abriéndose al público finalmente en el 1932. El conjunto es de un gran valor histórico puesto que estamos ante el único en su género de España y los baños públicos románicos más antiguos que se conocen hasta la fecha.
La visita al complejo comienza en la sala con más personalidad del conjunto, y la que más llama la atención al visitante: el apoditerium, es decir el vestuario, sala amplia en la que no sólo se cambiaban de ropa, sino que también tenían lugar, a buen seguro, conversaciones y debates. Era por aquí donde los usuarios de los baños entraban y salían, según el sentido de la visita. La estancia posee planta centralizada y contorno cuadrangular de unos 10,8 metros, en cuyo centro se sitúa una pequeña piscina octogonal. En el perímetro de los muros de esta estancia se observan arquerías ciegas para guardar la ropa y los vestigios de lo que podría haber sido una gran bancada sostenida por unas bóvedas de cañón a baja altura. Muchos de los elementos que vemos actualmente son resultados de la reconstrucción que tuvo lugar entre los años 1929 y 1931.
El templete de piedra que conforma la piscina alcanza los 12,2 metros desde el pavimento hasta la cúpula. El basamento tiene una altura de 0,90 de altura con forma octogonal, en cuyos ángulos se levantan ocho columnas románicas, los cuales poseen capiteles corintios en los que abundan decoraciones vegetales y animales que se interpretan como referencias simbólicas del paraíso terrenal, y representaciones zoomórficas de la simbología cristiana. La cubierta, en la que se distingue varias aberturas del tipo andalusí, está construida principalmente con piedra volcánica (como el resto del conjunto), es igualmente octogonal sostenida por arcos y columnas, que se proyecta hacia el exterior y que después veremos. Por aquí entraban los rayos solares que iluminaban todo el espacio. La base de la piscina se encuentra en unos treinta y dos centímetros más bajo que el del resto de la sala.
Este apoditerium daba paso a la sala fría o frigidarium, el primer espacio de la zona húmeda de los baños. Se accedía a ella tras atravesar una puerta con dos alas batientes que se cerraban gracias a la fuerza de la gravedad, garantizando así la baja temperatura que se esperaba en una sala de este tipo. Se trata de la sala más pequeña del conjunto que cuenta con algunas características: los laterales el suelo se encuentran ligeramente elevados, mientras que el techo está cubierto por una bóveda de falsa arista sostenida en parte por dos arcadas con columnas intermedias, restauradas recientemente, y situadas a ambos de la habitación.
Hay que tener en cuenta que, siguiendo la tradición romana y árabe, los usuarios utilizaban el frigidarium al final de su visita: aquí se bañaban en agua fría que no se enfriaba expresamente, sino que se utilizaba la almacenada en una cisterna proveniente del agua de lluvia. Para ello se sumergía en una piscina que estaba flaqueada por laterales, ligeramente alzados, que permitían a los bañistas salvaguardarse de la humedad.
Después pasamos a la segunda sala más grande después del apoditerium, la sala tibia o tepidarium, cuya temperatura se conseguía al encontrarse entre la zona más caliente y la más fría, en un punto intermedio del recorrido. Su suelo conectaba por debajo con el hipocausto del caldarium para mantener una temperatura agradable. Aquí los usuarios se recuperaban del frío intenso si venían del frigidarium o se preparaban para el calor extremos del caldario (o viceversa) incluso podían recibir masajes o comer y beber mientras conversaban y debatían.
Esta sala está cubierta por una bóveda de cañón, presentando en el sector sur una galería de tres arcos sostenidos por columnas con el suelo ligeramente más elevado que el resto de la estancia. Debido a su tamaño y disposición, las monjas capuchinas, antiguas propietarias de los baños, utilizaron este espacio como cocina del convento.
Seguimos ahora por la sala caliente o caldarium, el espacio más reducido y caliente del conjunto, llegado a superar los 30-40ºC de temperatura, acompañado de gran cantidad de vapor, lo que actualmente sería una sauna. Ese calor procedía del horno, situado en la sala contigua, en los extremos oeste, por vía subterránea, es decir por un hipocausto, distribuyéndose por la sala a través de una tubería vidriada empotrada en uno de los muros, calentando, además, una pequeña piscina de poca profundidad situada en el ángulo sudeste, el cual, al igual que sucedía con los baños musulmanes, no presentaba gradas de acceso.
Esta complejidad se ha conocido gracias a las intervenciones arqueológicas de finales del siglo XX. Pero la reutilización y reestructuraciones posteriores han hecho de esta sala la peor conservada del complejo de los baños, aún así todavía son visibles restos del horno, las calderas y las cisternas que contenían.
El camino preestablecido que debemos seguir para la visita nos conduce ahora hasta la azotea del edificio, donde podemos ver con más detalle esa zona y el entorno de la ciudad, como la catedral, la zona de la plaça dels Jurats y, por el otro lado, la torre de san Félix. En esta parte exterior ahora podemos ver la cubierta de la pequeña cúpula con bóveda de medio cañón del templete de la piscina octogonal del apoditerium o vestuario que vimos anteriormente, al inicio del recorrido.
Copyright© 2018 ESTurismo.