Nada más acceder al recinto entramos al museo, construido por la Universidad de California y donado al estado griego en mayo de 1984. El interior acoge los objetos encontrados en este lugar, ilustrando también su historia. Horarios: de martes a sábados 8,45 h. – 15 h.; domingos: 9,30h. – 14,30 h.; lunes y festivos cerrado. Precio normal 6 €.
Salimos del museo y seguimos el camino, seguidamente encontramos una especie de tumba con un esqueleto, y que al parecer corresponde a algún héroe de la época. Este yacimiento arqueológico era el lugar en el que, cada dos años y desde el siglo IV a.C., tenían lugar los Juegos Nemeos, los cuales, según la leyenda, fueron fundados por Heracles en honor a Zeus Nemeo.
Vislumbramos ya al fondo los baños, muy interesantes, que actualmente están protegidos por un techo. En su interior lo más destacado son las tinas, cuya función era la de limpiar a los atletas, pero no como bañeras, sino más bien como pilas.
En el lado sur del baño, vemos el sistema que alimentó de agua las pilas, tuberías que llegaban hasta éstas a través de un acueducto hecho de terracota y cuya agua venía de un valle cercano. Aquí os ponemos una posible reconstrucción del lugar.
No deja indiferente a nadie el templo de Zeus Nemeo, construido en el 344 a.C. para conmemorar la 110.ª Olimpiada. Se levantó en estilo dórico con forma períptera y hexástila, situándose delante del santuario un gran altar de poros donde los atletas realizaban juramentos y sacrificios antes de competir. Se cree que este edificio fue destruido por un terremoto.
De las columnas que vemos hoy en día, las que están unidas por un fragmento de arquitrabe formaban parte de la primera sala de la cella. Las columnas que se sitúan a la derecha del pórtico, formaban parte del conjunto de 6 por 12 esbeltos pilares.
Por otra parte, las columnas interiores eran de estilo corintio cuya principal característica son los capiteles decorados con hojas de acanto. Ya fuera de este recinto nos encontramos al oeste los restos romanos del gimnasio, aunque fueron transformados en una basílica bizantina, y la palestra.
Hablemos ahora del estadio, el cual está también fuera del recinto del sitio arqueológico, más concretamente al suroeste y, por tanto, es necesario pagar un ticket de acceso. Al entrar al recinto nos encontramos en primer lugar con los restos de lo que antaño era el apoditerio o vestuario, donde los atletas se untaban de aceite y se preparaban para la competición. Como dato curioso deciros que las tejas que componían el tejado de este edificio contenían sellos en los que se indicaban el nombre del artesano.
El vestuario y el estadio en sí estaban unidos por un túnel abovedado por donde pasaban los atletas y jueces para llegar al estadio para la competición. Posee una longitud de 36 metros aproximadamente y en su interior se pueden ver en las paredes escrituras y grafitis de la época que algunos atletas escribían, pero cuando nosotros estuvimos allí no se permitía el paso a los visitantes, con lo que no lo vimos de cerca ni pudimos tomar una foto.
En algunos de esos grafitis se lee “Akrotatos es hermoso” o “¡He ganado!” acompañado con la firma del boxeador Telestas. Los jueces iban vestidos con túnicas oscuras, eran los que los que arbitraban las competencias las cuales consistían en gimnasia, música y carreras.
El estadio se construyó sobre el año 330 a. C. aprovechando la depresión natural de dos colinas para construirlo. El edificio se conservó mientras duraron los juegos nemeos, pero a partir del año 271 a.C. aproximadamente, se dejaron de celebrar y éste cayó en el olvido.
El estadio tenía capacidad para cuarenta mil espectadores, contaba con una pista de 178 metros de largo y poseía diferentes elementos que lo convertía en una construcción especial, como el sistema de agua alrededor del estadio, construido con piedra y terracota, para suministrar de agua fresca a los atletas. Destacar también que la línea de salida está muy bien conservada.
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